La pobreza, tanto en los países del denominado Primer Mundo como en los países subdesarrollados, tiene rostro de mujer. Por si fuera poco, el drama se ha multiplicado con el aterrizaje del covid en nuestras vidas. Ya antes de la pandemia, y según un estudio de ONU Mujeres sobre la igualdad de género en la agenda 2030, por cada 100 hombres de los hogares más pobres hay casi 156 mujeres.
Los números, ya agravados por la crisis, son el reflejo de la feminización de la pobreza, fenómeno más acuciante en las zonas rurales. Cuando hablamos de feminización nos referimos a todos los mecanismos y barreras sociales, económicas, judiciales y culturales que hacen que las féminas y otras identidades feminizadas se encuentren más expuestas al empobrecimiento.
La falta de políticas públicas hasta la fecha es una de las deficiencias de un sistema que ha permitido esa desigualdad. Por fortuna, entidades como Caja Rural de Zamora luchan por revertir la situación con una estrategia enfocada en las necesidades de las mujeres rurales. Y uno de esos objetivos es, precisamente, luchar contra la feminización de la pobreza, entre otras metas como el fomento y la mejora del empleo o la prevención de la violencia de género.