González Iglesias inició su discurso recordando a quienes le precedieron en el palmarés, desde Miguel Delibes que inauguró la nómina en 1984 hasta Fernando Arrabal el pasado año, pasando por su paisana Carmen Martín Gaite, de quien señaló que su “síntesis de rebeldía y sosiego forma parte de nuestro temperamento”.
El pensador salmantino alzó la voz para reivindicar la poesía, “el único lenguaje que se anticipa a las cosas”, y subrayó que “lo poético informa toda la actividad humana, incluso la divina”, antes de defender que “nos hace más humanos porque serena a los furiosos”, citando a Horacio, y de reclamar que “debería tener más presencia en la educación”. “La poesía no está solo en la literatura. Circula en el arte contemporáneo, en la música, en los audiovisuales, en el periodismo.... Y en la ética”, sentenció.
Acto seguido, González Iglesias recorrió las virtudes de sus seis compañeros premiados, aderezando sus logros y definiéndoles poéticamente a través de citas de Lucrecio, Rafael Morales, Jorge Guillén, Quevedo y su admirado Juan Gil-Albert, todo ello para argumentar que “la visión poética nos enriquece con el pensamiento simbólico. Nos descansa, porque hace que las palabras vuelvan a ser las cosas, con una fresca transparencia, como sucede en el hermoso nombre de nuestra comunidad”.
El autor de ‘Eros es más’ hizo al auditorio viajar en el tiempo y en el espacio a través de su alocución, haciendo resonar en el Centro Cultural Miguel Delibes el vasto legado que tenemos detrás, desde el Credo de Nicea al Gran Armorial del Toisón de Oro, manuscrito flamenco del siglo XV, y poniendo el foco sobre figuras como Alfonso V de Aragón, nacido y formado en Medina del Campo y conocido en la posterioridad como ‘el Magnánimo’, a través de quien reivindicó la lengua que nos une. “Quienes aman el progreso tienen en él a uno de los que promueven la modernidad. Quienes prefieren la tradición, deben ver en él un ejemplo de que sin el mecenazgo, privado o público, no tendríamos lo mejor de nuestro pasado”, destacó.
Esas y otras virtudes las reivindicó frente a lo que el último Premio Cervantes, Álvaro Pombo, definió como “nuestra greñuda y enfurecida España del momento”, y prosiguió en ese senda, de la mano de Marco Aurelio y sus ‘Meditaciones’, para transmitir a las autoridades presentes sus reflexiones, tan lejanas como necesarias, y cuanto éste aprendió de sus progenitores y de su maestro: "A no alentar / las divisiones entre ciudadanos, /a soportar molestias, a que sean / pocas las cosas de las que dependo, / a hacer yo mi trabajo, a preocuparme / de mis propios asuntos, y a no dar / oídos a denuncias y calumnias”.
González Iglesias remachó su cadencioso discurso trasladándose a orillas del Tormes, su lugar en el mundo, como lo fue tiempo atrás de otros pensadores como Miguel de Unamuno, y se despidió, agradecido, “con la serenidad del agua que fluye”, en un guiño final a otros dos cómplices de su apasionante obra: Marguerite Yourcenar y Leonard Cohen.