Cultivando esperanza e innovación en el corazón rural de Castilla y León

Cinco jóvenes del sector primario comparten sus trayectorias, desafíos y sueños, impulsados por la pasión y respaldados por iniciativas regionales.
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En los extensos y duros campos de Quintana del Puente, Palencia, el sol despunta sobre la Finca El Pandio, una explotación ganadera de vacuno de leche gestionada por los hermanos Víctor y Fernando Gutiérrez. Esta mañana, la finca ha sido el escenario de una inspiradora charla coloquio que reunió a cinco jóvenes agricultores y ganaderos de Castilla y León, cada uno representando el futuro del sector primario en la región. Este evento, enmarcado en las medidas de apoyo al sector agrario impulsadas por el presidente de la Junta, Alfonso Fernández Mañueco, ha servido como plataforma para destacar las historias de esfuerzo, innovación y pasión de estos jóvenes que han decidido apostar por el campo, a pesar de los retos que conlleva.


Muchos en la provincia de Palencia conocen a Víctor Gutiérrez Bustillo gracias al fútbol. Y es que durante muchos años lució, entre otras, la elástica del CD Becerril. Hoy ha sido uno de los anfitriones del evento ya que gestiona una explotación de 700 vacas lecheras junto a cultivos agrícolas. Su día a día es un reflejo de la intensidad del sector primario. “Con los robots de ordeño, la rutina ha cambiado. Antes empezábamos a ordeñar a las siete de la mañana y luego a las seis y media de la tarde. Ahora tenemos más flexibilidad”, explica Víctor. Los robots no solo han transformado su horario, sino que también le permiten anticiparse a problemas de salud en las vacas gracias a los datos en tiempo real. “Miras los retrasos de los robots, organizas la alimentación, haces inseminaciones, tratas a las vacas que lo necesitan… y en verano, con el campo y los animales, todo se complica”, añade a Ical.


Víctor ha invertido en modernizar su explotación, especialmente para combatir el estrés térmico de las vacas en verano. “Las naves antiguas son bajas, no tienen buena ventilación. Por eso hemos equipado esta nueva nave con ventiladores y duchas para que las vacas estén más cómodas. Si ellas están bien, nosotros también lo estamos”, señala. Sin embargo, no todo es sencillo. “Siempre surge algo: una máquina que falla, un animal enfermo, un virus. Eso te retrasa todo lo que tenías planeado. Hay días que en vez de acabar a las dos, terminas a las cuatro”, confiesa. A pesar de los desafíos, su compromiso con la ganadería y la innovación tecnológica lo mantienen firme en su vocación.


Por su parte, Gloria Suárez Álvarez, licenciada en Económicas, representa un cambio de vida radical. Desde su explotación apícola en Salce, León, con 340 colmenas, Gloria ha encontrado su lugar en el mundo rural. “Nunca había visto una colmena de cerca. Fue mi pareja, que tenía algunas por hobby, quien me introdujo en esto. Me enamoré de las abejas y decidí dejar la oficina para volver a mi pueblo”, cuenta. Su transición no fue fácil, pero el cambio le ha dado una libertad que valora profundamente. “Trabajar al aire libre, en mi pueblo, marcando mis propios tiempos, es una forma de vida que no cambiaría. Volver a una oficina me costaría mucho más”, afirma con una sonrisa.


Gloria ha invertido en maquinaria esencial, como desrizadoras, extractores y una envasadora, que facilitan la extracción y el procesamiento de la miel. “La apicultura me ha dado la oportunidad de desarrollar mi trabajo en un entorno que me hace feliz. No tienes un horario fijo, puedes trabajar un domingo, pero descansar un miércoles. Esa flexibilidad es una gran ventaja”, explica. Su historia es un testimonio de cómo el sector primario puede ofrecer no solo un medio de vida, sino también una conexión profunda con la naturaleza y las raíces.


Su compañera Noelia Fernández Arenas, gestiona una explotación agraria en Frandovínez (Burgos), donde encarna la resiliencia y el aprendizaje continuo. Procedente de un entorno urbano y con experiencia en la contabilidad de una empresa de transporte, su incorporación al campo fue un desafío monumental. “El primer año fue muy duro. Me levantaba llorando, pensando que no iba a poder. Pero este año lo veo con otros ojos, me gusta cada vez más”, confiesa emocionada. El apoyo de su marido ha sido clave. “Tiene mucha paciencia conmigo, y eso me ha ayudado a seguir adelante”.


Para Noelia, el campo ha sido una escuela de autoconfianza. “La agricultura me ha enseñado que puedo, que valgo, que no hay nada imposible si lo quieres de verdad. Cada día te atreves a hacer más cosas, te sientes más valiente”, dice, con la voz entrecortada. Su historia resalta la importancia del apoyo emocional y la determinación personal para superar las dificultades iniciales en un sector tan exigente.


Sobre cambios de rumbo en su vida sabe mucho Antonio Torres Blanco, arquitecto técnico en formación que de la noche a la mañana se convirtió en ingeniero agrícola y representa la fusión entre tradición y modernización. Actualmente gestiona 250 hectáreas en Valle del Esgueva (Valladolid). “Estudié aparejadores y trabajaba en una constructora, pero lo que me motivó a cambiar fue la ilusión. Es lo que te hace progresar, que trabajar un sábado o un domingo no sea una carga”, explica. Antonio ha aprovechado las subvenciones de la Consejería de Agricultura, Ganadería y Desarrollo Rural para renovar maquinaria, como una pulverizadora con corte de tramos que reduce el uso de fitosanitarios y mejora la salud de los cultivos.


La digitalización es para Antonio el camino hacia el futuro. “Cualquier negocio que no mire hacia adelante está muerto. La digitalización nos permite tomar decisiones basadas en datos, combinar la experiencia de nuestros mayores con la tecnología para optimizar resultados”, sostiene. Sin embargo, subraya la importancia del equilibrio. “La tecnología no hace que una explotación sea rentable por sí sola, pero es un paso hacia el progreso”. A quienes dudan sobre dedicarse al campo, Antonio les anima: “Si tienes ilusión, adelante. No es un camino de rosas, pero hay que estar orgulloso de lo que hacemos. Somos profesionales y hacemos las cosas bien”.


Finalmente, y no menos importante, es el testimonio de la palentina Nerea del Río. En Robladillo de Ucieza, un pueblo de apenas 19 habitantes en Palencia, Nerea, de 32 años, ha encontrado su vocación como pastora. Graduada en Bellas Artes, dejó Madrid para regresar a sus raíces tras una propuesta de su padre: “¿Y por qué no?”. Su granja, ‘Ovejas y Ríos’, es un refugio donde cuida de su rebaño con un amor que trasciende lo profesional. “Siempre me han gustado las ovejas. A pesar de no librar, me merece la pena. Vivo mejor así”, asegura esta palentina que hace unos meses ya relataba su experiencia a la Agencia Ical.


Nerea ha invertido en digitalizar el sistema de ordeño, lo que le permite monitorear la salud y producción de cada oveja. “La modernización marca la diferencia entre un trabajo esclavo y uno digno. Ahora tengo toda la información en el ordenador, sé todo sobre cada animal”, explica. Su historia es un canto a la conexión con la tierra y los animales, una invitación a redescubrir la belleza del mundo rural. “Mi padre me abrió las puertas, y yo dije: ‘¿Por qué no?’. Ha sido la mejor decisión”, concluye.


La charla en la Finca El Pandio refleja el espíritu de una nueva generación de agricultores y ganaderos en Castilla y León. A pesar de los retos -el calor, las averías, las largas jornadas-, estos jóvenes comparten una pasión común por el campo y una visión de futuro basada en la modernización y la sostenibilidad. Las ayudas de la Junta, destinadas a renovar maquinaria, digitalizar procesos y mejorar las condiciones de trabajo, han sido un pilar fundamental para sus proyectos.


Víctor, Gloria, Noelia, Antonio y Nerea representan la diversidad del sector primario: desde el vacuno de leche hasta la apicultura, pasando por la agricultura de precisión y el pastoreo. Sus historias, marcadas por la ilusión, la resiliencia y el compromiso, son un recordatorio de que el campo no solo es un medio de vida, sino también una forma de conectar con la tierra, las raíces y la comunidad.