Un apocalipsis con renos en el verano de Finlandia. ¿Podrías imaginar una hecatombe más linda? Una carretera secundaria instalada en medio de ninguna parte y ambientada con ese cóctel sonoro de la nada sostiene a nuestro protagonista, diminuto en la inmensidad del caos. Sin más compañeros que su BMW K-1600, este motero sayagués (y bien orgulloso de Formariz, su pueblo) intenta sobrevivir a las tesituras de su peregrinaje. Acumula 60 kilómetros de bosques y no se le ha cruzado ni un solo vehículo.
Al menos no roza la entrada de Gatlin, el municipio fantasma donde no se sintoniza la radio y cuya propiedad recae en Los chicos del maíz. Por suerte, la realidad no es una novela de Stephen King y (¡respirad tranquilos!) puede que nos hayamos puesto un tanto peliculeros en este arranque. De todos modos, Alejandro Moralejo, nuestro piloto del Apocalipsis, reconoce que aquella estampa le sobrecogió “un poco”, y no únicamente por su belleza: “Estaba a un montón de kilómetros de casa, cerca de la frontera con Rusia… Era de día, eso sí”, sonríe para restarle hierro al estremecimiento.
VIAJAR PARA CONTARLO
Esta no es más que una de las docenas de peripecias que conforman su cuaderno de explorador, un diario veraniego repleto de itinerarios “muy estudiados”, tejidos con la precisión de un reloj y con un destino diferente cada temporada. ¿Dónde residen las particularidades de su aventura? En viajar con la única compañía de su moto (una extensión de sí mismo, como la guitarra de Jimi Hendrix o el violín de Ara Malikian) y en hacernos partícipes de su circuito a través de su canal de Youtube: Alejandro en ruta.
DEL BANCO A LA CARRETERA
Nuestro maestro de ceremonias se pasea con traje en invierno y con cuero y casco en verano. Así, a lo Clark Kent, se despide una vez al año de la oficina bancaria en la que trabaja, de Sara (su mujer) y de sus dos hijos. Todo, para emprender unas andanzas que le permiten convertirse en una persona “más autosuficiente, al no llevar a nadie al lado que tire de mí”, nos cuenta. Se trata, en definitiva, de “salir de tu zona de confort”, que no es, ni más ni menos, que la moraleja que se desprendía de aquella frase que escuchábamos en El Club de la Lucha: “Si quieres una tortilla, tienes que romper algunos huevos”.
Pues sí, Brad Pitt tenía razón, aunque eso no significa que no cueste. De hecho, en otras ocasiones, durante unos segundos y momentos antes de iniciar la marcha, se ha planteado echar el freno: “He llegado a preguntarme, el mismo día de la ruta: ‘Pero, ¿qué estoy haciendo? ¡Me puede pasar cualquier cosa, que estaré a tomar por saco!’ Pero luego, reconforta. El premio es terminar diciendo: Pues mira, lo he hecho”. No sólo se refiere a esta ocurrencia suya; este leitmotiv lo considera “una lección para la vida, en general. No hay que acomodarse”. Amén.
EL RICO MOSAICO DE LOS BALCANES
Estamos convencidos de que aquí cobra sentido una apuesta all-in. Nos jugamos algo valioso a que acabará repitiendo ese “Pues mira, lo he hecho” allá por la segunda semana de julio. Coincidirá con el desenlace de su próxima partida de ensueño, un periplo de 17 días que emprenderá el cercano 22 de junio. Alejandro pondrá rumbo a Los Balcanes.
“Me atraen bastante todos esos países”, desvela al tiempo que nos resume su plan: “Los dos primeros días los emplearé en llegar allí. La primera jornada terminaré en Marsella; son como 1.200 kilómetros. Luego llegaré a Venecia y bajaré por todo el país. Voy bajando por el Adriático y volveré a meterme al interior por Rumanía. Hay dos carreteras muy conocidas allí, una es la Transfagarasan y la otra, la Transalpina, la carretera de montaña que atraviesa los montes Parang. Quiero hacer esa ruta. Luego regresaré por Hungría”.
EL SÍNDROME DE STENDHAL EN CABO NORTE
Habla del tercero de sus relatos, un esbozo aún por adornar con anécdotas, cambios climatológicos y más de una conversación con desconocidos. Los otros dos, ya escritos, se originaron en el final de la pandemia. Este zamorano estrenó su proyecto personal en un lugar idóneo para experimentar idénticas palpitaciones a las que Stendhal sintió contemplando la Basílica de Santa Cruz en Florencia.
Desde luego, la belleza hipnótica de Cabo Norte podría desatar más de una taquicardia en alguno de los 16 días que aglutinó esta primera excursión larga en solitario. “Me impresionó mucho la naturaleza de Noruega, sobre todo la zona Norte, pues era muy árida, muy salvaje. Apenas hay carreteras y las poblaciones son muy pequeñas”, recuerda antes de profundizar en su segunda salida, en 2023. Entonces eligió un destino mucho más cercano: Portugal, país del que se declara “enamorado” y que recorrió en cinco días, un tiempo que le bastó para dejarse atrapar por “el colorido del Alentejo, en el sur”.
LOS GIROS OBLIGADOS DE GUION
Aquellas probaturas iniciales resultaron satisfactorias, aunque no todo transcurrió como en un parque de atracciones, con premios, mojitos y algodones de azúcar. A veces no ha quedado otra que optar por el giro de guion. “No siempre consigo todo lo que me propongo. A veces llego a una ciudad y hay atascos. Otras, el tiempo, que es impredecible, se complica, y eso conduce, obligatoriamente, a cambios en mi recorrido”, lamenta.
En la primera de sus aventuras, las condiciones climatológicas le hicieron la cobra “y varié tres días de ruta”, rememora. “En el mismo Cabo Norte soplaba muchísimo el viento. Estuve a punto de no llegar porque voy con una moto pesada y en esas condiciones se vuelve todo más complicado, sobre todo si vas por acantilados. Incluso hablé con unos alemanes que pospusieron su idea porque se habían caído varias veces. Recuerdo que hice el viaje a duras penas y volví rápido”, explica sobre estos desafíos que tiran al traste el esmero de cualquier viajante metódico.
LAS LOFOTEN SE RESISTEN
Percances como estos incitan a regresar en un futuro al país, dada la imposibilidad de haber podido visitar lugares idílicos que, en principio, se encontraban al alcance de la mano (y en su hoja de ruta). La “espinita” en este caso se llama “islas Lofoten”, un paraíso de montañas y fiordos que destila auroras boreales y alberga pueblos de postal. Eso sí, ese fresco de colores y playas vírgenes noruegas tendrá que esperar, pues “hay otras preferencias”, admite el zamorano, que antes explorará Islandia, la tierra del fuego y el hielo, o el verde intenso y los castillos de cuento de Escocia.
ENTRE DRONES Y CÁMARAS DEPORTIVAS
Para eso aún quedan varios veranos. Mientras tanto, nos centramos en el que nos ocupa. “¿Tienes todo listo para el pistoletazo de salida?”, le preguntamos, sabedores de que a una aventura así no le basta con un chubasquero, un cargador de móvil y unos cuantos pares de calcetines. Más allá de la ropa, la de moto y la de calle, debe llevar consigo el material básico por si sufre algún percance (un inflador de ruedas, por ejemplo), además de una cantimplora y la tecnología que recopila sus episodios en carretera (un par de drones, el portátil y varias GoPro).
EL PAPELEO Y LAS MUTACIONES URBANAS
Claro, que esta es sólo la parte física; no nos olvidemos de esos otros detalles burocráticos y administrativos que pueden calzarte una bofetada en medio del recorrido en caso de no resultar previsor. Por ejemplo, esta vez, al salir de la Unión Europea, ha pedido permiso para usar esos drones. Además, ya ha apalabrado una cita en un taller de Sofía para cambiar ruedas a mitad de camino, una tarea que ha de repetir en cada viaje. Aunque no siempre corre la misma suerte. De hecho, cuando llegó el momento de acudir al mecánico en Noruega, ese establecimiento con cuyo responsable se comunicó por mail “ya no existía”.
PASIÓN MOTERA COMPARTIDA
Mutaciones urbanas aparte, los sinsabores se endulzan con esos otros instantes en los que comparte kilómetros con moteros apasionados como él que también están cumpliendo sus sueños. “En la zona de Alemania y Dinamarca venía gente del Gran Premio de Holanda. Allí coincidí con varios suecos con los que hice varios kilómetros. En Suecia conocí a otro motero con el que recorrí 300 o 400 kilómetros”, explica y añade: “Yo, normalmente, voy a lo mío, pero es cierto que cuando viajas solo, a partir del segundo día, cuando cruzas la mirada con alguien, estás deseando hablar”.
Estamos seguros de que en Los Balcanes se producirán momentos similares y que nuestro protagonista regresará a Zamora con la misma fascinación con la que observamos uno de esos universos en miniatura encerrados en una bola de cristal. Ya se adivina el rugido del motor...
Y ahora, recréate con esta galería de sus experiencias en Cabo Norte y Portugal. ¡Pura adrenalina en vena!
Empezamos con Cabo Norte:
Y ahora, Portugal: