Luis García Jambrina: “Tenemos que rearmarnos política y éticamente como sociedad”

​El escritor zamorano reivindica el “sentido de la realidad” y alerta sobre los riesgos de crear nuevas generaciones “absolutamente desmotivadas” de meros “consumidores”.
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La docencia y la investigación son los ejes fundamentales de la vida de Luis García Jambrina (Zamora, 1960), Premio Ical de Valores Humanos 2024 por Zamora. Entre esos dos motores se ha abierto paso a codazos la ficción literaria, gracias al éxito de su saga de los manuscritos, protagonizada por Fernando de Rojas, que cuenta ya con seis entregas y más de 150.000 lectores, a la que ahora se suma una nueva serie novelesca que acaba de inaugurar con ‘El primer caso de Unamuno’, donde convierte al autor de ‘Niebla’ en un “detective andante”. Tras unos escarceos iniciáticos con la poesía y el teatro, el ensayo y la crítica literaria le permitieron asentarse, el cuento le dio a conocer con ‘Muertos S.A.’ (2005) y la novela le ha llevado a conquistar al gran público lector, desarrollando una obra en la que combina la rigurosa documentación y el vuelo de la imaginación para reivindicar valores como el humanismo, la libertad y la tolerancia.


Lleva décadas trabajando en la Universidad de Salamanca, pero ¿qué lugar ocupa en su corazón Zamora?

Desde el punto de vista sentimental y emocional, lo ocupa todo. He hecho estancias en Estados Unidos, en México y en alguna ciudad europea, y de lo que siento nostalgia siempre cuando estoy fuera es de Zamora. Es que la visualizo, no tengo que hacer ningún esfuerzo. Es algo muy físico. Veo enseguida el Duero, la ciudad a lo lejos con el puente, la catedral, el castillo, las murallas... Esa es mi infancia y eso es lo que más añoro. Además yo hice también allí el bachillerato, que son los años de desarrollo personal y donde se sientan las bases para el futuro. Salamanca es otra cosa, está ligada a la universidad, a libros, a autores, a la historia... pero Zamora no, Zamora es esa geografía emocional que se le despierta a uno. Es la ciudad pero son los pueblos también: Tola de Aliste, de donde era la mujer que crió a mi padre, que era hospiciano; Milles de la Polvorosa, donde mi tío era practicante; Sanabria o el Bosque de Valorio, que he recorrido miles de veces… Me da tranquilidad saber que eso está ahí.


¿Qué querría para su tierra en el futuro? 

Industria, trabajo, niños, jóvenes… Había más industria en Zamora cuando yo era un niño que ahora. Mi madre trabajó con 16 años en la fábrica de Reglero, que a principios de los 90 se deslocalizó de allí. Hay calles donde han ido cerrando casi todos los negocios y es una pena, porque es una ciudad perfecta para vivir, y más ahora que tiene AVE hacia Madrid o Galicia. La despoblación, esa sangría humana que se viene produciendo desde que yo vivía allí hasta ahora, me parece terrible. Lo veo muy negro pero confío en que al menos se pueda detener esa pérdida.


Por su faceta como docente (es doctor en Filología Hispánica y profesor de Literatura Española e Iberoamericana en la Usal) está en contacto permanente con las nuevas generaciones. ¿Cómo ve el futuro? 

Yo creo que el problema que tiene la gente joven, incluidos los universitarios, es la falta de motivación. No los veo como responsables de la situación, sino más bien como víctimas de un mundo en el que no hay incentivos para estudiar y para el mérito, y de ahí esa tendencia al menor esfuerzo posible. Si no hay una exigencia, si no lo ven en sus padres, ni en los medios de comunicación, si ven que solo se triunfa a base de pelotazos, si ven que todo es absolutamente relativo y que todo se retuerce, las leyes incluidas, estamos creando unas generaciones absolutamente desmotivadas. No hay futuro. Eso contrasta con las generaciones anteriores. Para mí, por ejemplo, estudiar era muy importante, no solo porque me abría el horizonte del mundo, sino porque era la única vía de ascenso social que tenía.


¿Qué parte de culpa de esta situación actual tiene el progresivo alejamiento de las Humanidades del sistema educativo?

Mucha, pero eso hay que verlo en un contexto de deterioro general del sistema. En los últimos años no ha habido ningún interés en mejorar la educación. Se piensa que cambiando las leyes ya cambia todo, pero no es así. Lo más importante es la carencia de motivación que tienen los jóvenes, porque se han instalado en la conciencia, y probablemente sea así, de que van a vivir peor que sus padres. Y si van a vivir peor que sus padres, ¿para qué esforzarse en edades donde hay tantas tentaciones? El resultado es una juventud desmotivada. A mí me parece milagroso que algunos sigan leyendo. Esa desmotivación tiene que ver con la supresión en el sistema educativo de asignaturas que tienen que ver con lo humano, con la base de nuestra de nuestra cultura, y sin eso nos vamos a desmoronar. Además, ahí tenemos la inteligencia artificial, que se va a encargar de hacer todo tipo de trabajos. Si juntamos inteligencia artificial con generaciones absolutamente desmotivadas y sin una base humanista, ni tampoco científica, el resultado puede ser catastrófico.


Una tormenta perfecta y de difícil reversión.

Claro. En estos momentos prolifera la idea del ‘sálvese quien pueda’ y del ‘vamos a aprovechar’. Por eso la gente está saliendo tanto sin pensar en el mañana. Está instalado ese pensamiento de que en cualquier momento esto se puede desmoronar.


Su llegada a la narrativa fue tardía, a los 35 años, con ‘Oposiciones a la morgue y otros ajustes de cuentas’ (1995). ¿Por qué se decantó por el cuento para dar ese paso?

En los primeros años hacía poesía y teatro. Tras conocer a Claudio Rodríguez fui consciente de que yo no tenía ese talento para la poesía y la fui abandonando poco a poco. Del teatro también me alejé después de una experiencia en el instituto: cada curso solíamos representar una obra y en una ocasión nos contrataron para hacerla después en un pub, pero aquello fue un fracaso. El público no sintonizó con la propuesta, que era muy provocadora e irreverente, en la línea de lo que años después pudo ser El Club de la Comedia. Yo los fracasos los soporto muy mal, cada vez mejor, pero en aquel momento dije: ‘Fuera’, y poco después me instalé en Salamanca. Desde mis años en el Colegio Universitario de Zamora escribía textos breves, una especie de microrrelatos paródicos y cómicos. Eran divertimentos que a veces publicaba en revistas, y ese libro en concreto está formado por cuentos que empecé a escribir al final de mi tesis, en un momento en el que necesitaba hacer otras cosas para desintoxicarme de tanta escritura académica y airearme un poco. Había relatos también muy salvajes y provocadores. Al final junté unos cuantos, un amigo se lo entregó a unos editores de Madrid, Valdemar, y me los publicaron.


Pasaron diez años antes de que viera la luz su segundo libro de cuentos, ‘Muertos S.A.’, que supuso un salto importante. ¿Fue a partir de entonces cuando encontró su lugar en la ficción?

Sí. De nuevo aparece otra vez el fracaso. Los cuentos, y en aquella época menos, no interesaban nada. Con mi primer libro tuve varias reseñas y algunas fueron positivas, pero hubo otras muy negativas. Y me volvió a afectar. Lo que sobran en esta vida son cosas para hacer. Yo estaba en plena vorágine académica y entre la segunda mitad de los 90 y comienzos de los 2000 hice un montón de ediciones y libros académicos. Escribí crítica literaria trece años en ‘ABC Cultural’, tuve varias becas de investigación… Por ahí canalicé mis ansias creativas hasta que un verano que estábamos a punto de salir de vacaciones para Sanabria me llamaron para pedirme un cuento. Me senté y escribí el borrador de un tirón. Lo mandé, les gustó, me pidieron otro y así es como recuperé la escritura de ficción. Junté varios cuentos que había hecho para ‘ABC’, ‘El País’ y alguna revista, y salieron en aquella edición de El Gaviero que solo se vendía por suscripción y en ciertas librerías de Almería. Fue un libro del que se habló muchísimo y así regresé a la escritura de ficción, ya en serio. Encontré mi territorio, que se despliega a partir del mundo literario, pero con elementos fantásticos y de intriga.


Tras dos años de trabajo, en 2008 salió a la luz ‘El manuscrito de piedra’, que nació como un relato breve pero la propia historia acabó empujándole hacia la novela.

Yo quería hacer una edición aumentada de ‘Muertos S.A.’ y pensé en escribir un relato sobre Rojas y ‘La Celestina’, en torno al enigma de la autoría de ese libro. Ahí ese personaje y la época empezaron a tirar de mí y se acabó convirtiendo en una novela, cuando yo no lo pretendía. Es curioso porque en mi primer libro ya había un relato muy largo que, en realidad, iba a ser una novela pero se quedó en eso, y sin embargo, cuando intentaba escribir un relato me salió una novela con posibilidades incluso de saga literaria. Llegué a la novela un poco por casualidad y tampoco sabía qué tipo de novela estaba haciendo, no me preocupaba si era histórica o era negra. Para mí lo importante siempre son los personajes, luego viene todo lo que los rodea.


¿La combinación de novela histórica y negra le permite acercar sus personajes a lectores generalistas que, de otra forma, quizá no se sentirían atraídos por ella?

Aunque la escritura es una actividad en la que tomo distancia con respecto a mi profesión de profesor y de investigador, en casi todas mis novelas está presente ese elemento de la enseñanza, de instruir deleitando. La única manera de hacer una novela sobre este tipo de personajes y que interese a todo tipo de lectores, y no solamente a eruditos, es haciéndolo atractivo. Por eso es fundamental la trama policiaca, el hecho de que Rojas sea un detective para poder contar todo lo demás: para mostrar cómo era esa época, la Salamanca de finales del siglo XV, cómo era él, cómo era la universidad, cómo eran los estudios, cómo escribió ‘La Celestina’, el mundo en el que se inspiró...


Valores como el humanismo, la libertad y la tolerancia están muy presentes en la saga de los manuscritos. ¿Son temas que le conciernen y preocupan?

Sí, claro. Yo quería que estas novelas tuvieran también esos elementos. Por eso etiquetarlas como novelas históricas es empobrecerlas. Por otro lado, está bien porque hay muchos lectores de ese género, pero yo buscaba también ese componente. Lo que intento de alguna manera es estar un poco a la altura del personaje. Si es una figura importante de nuestra cultura, yo tengo que hacer algo digno de él. En el caso de Rojas, para mí fue un gran humanista y tuvo que vivir una época terrible siendo un converso. Tenerlo como protagonista me permitía reivindicar el humanismo en un momento en el que se estaba perdiendo, y subrayar la importancia de los libros, de la lectura, la tolerancia, la libertad de conciencia y la libertad en general. La búsqueda de la verdad es lo que caracteriza a los humanistas y es lo que caracterizó a Rojas. Él tenía un sentido de la realidad tremendo. En ‘La Celestina’ muestra un mundo terrible.


En su última novela, protagonizada por Unamuno, alude a los orígenes de la España vaciada. ¿Cómo vive un zamorano esta realidad que nos asola?

Con tristeza. Eso tiene que ser reversible, porque si no... Lo estamos viendo ahora, con los agricultores y los tractores paralizando todo el país. Se han lanzado a la calle porque este modelo de producción agraria es insostenible. Ya no sólo porque a los campesinos les vaya mal o porque a algunos se les subvencione por no plantar, que es algo absolutamente irracional y loco, sino que eso ha conllevado el abandono progresivo del campo, eso provoca que nadie limpie sus tierras y que cuando haya un incendio, pueda ser más voraz. Eso tiene que cambiar. Ya no se puede seguir en esa dirección. Después de la pandemia hubo un intento de retorno por parte de algunos profesionales a los pueblos, pero hace falta una política económica y social. El deterioro es muy grande porque si ya no hay población, ni hijos, se van cerrando más escuelas y los centros de salud, y cuando algo se cierra, ya no se vuelve a abrir. No veo que nadie tenga la intención de arreglarlo. Van dando largas, pero eso es urgente. Hay que hacer algo ya.


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Claudio Rodríguez (en sus primeros estudios), Fernando de Rojas (en la saga de los manuscritos), Cervantes (en ‘La sombra de otro’), Berlanga en ‘Bienvenida, Frau Merkel’), Unamuno ahora… Revisar su trayectoria literaria es reconocer cómplices o grandes maestros que nos pueden ayudar a comprender quiénes somos.

Han sido autores clave para configurar quién soy yo hoy, y creo que también son fundamentales en la creación de eso que podemos llamar el imaginario colectivo, y que son o deberían ser referentes, cada uno en su ámbito, que nos pueden ayudar mucho a entendernos a nosotros mismos, a comprender el alma humana. Con mis novelas, de alguna manera, intento rendirles homenaje y devolverles algo de lo que ellos me dieron. Estamos hablando de un cierto tipo de escritor, siempre con una dimensión intelectual, humanista, y en algún caso de grandes personajes como Cervantes. Sobre él no quería hacer una biografía novelada, pero sí un libro que intentara entenderle, comprender por qué escribió ‘El Quijote’ y entender esa vida que tuvo, tan llena de incidentes, por qué le salía todo mal, por qué fracasaba. Ya he dicho antes que yo llevo mal el fracaso, y ahí tenemos una persona que fracasó una y otra vez en diferentes terrenos, pero siguió y siguió, y acabó escribiendo la gran novela de la literatura universal.


La palabra fracaso ha aparecido en varias ocasiones a lo largo de esta charla, pero parece que es una realidad para la cual nadie nos prepara en el mundo actual. 

Yo creo que ahí está fallando mucho la educación. Sobre todo la educación emocional y cómo gestionar nuestras emociones;. Primero hay que ser conscientes de ellas, luego saber distinguir unas de otras y saber gestionarlas, y por último saber enfrentarnos al fracaso. Hablábamos antes de las nuevas generaciones desmotivadas, que ya ven el fracaso como único destino mientras, por otro lado, se les está diciendo que si no tienen éxito es como si no hubieran hecho nada. En muchas familias lo único que se busca es el éxito, que se mide con el dinero, pero no se da ninguna importancia a ser feliz, a estar a gusto con uno mismo, a tener aficiones absorbentes como puedan ser la lectura, pintar, escribir o viajar sin más propósito que ver con lo que uno se encuentra. En ese sentido los libros nos pueden proporcionar esa educación emocional que no encontramos en otro sitio, porque en la sociedad no están. Antaño la sociedad estaba preparando productores, pero ahora yo creo que ni siquiera eso; ahora prepara consumidores.


Consumidores en lugar de productores, ausencia de valores absolutos, posverdad… Son cuestiones estrechamente relacionadas con la posmodernidad. ¿Echa en falta algo que hayamos dejado por el camino?

La ética está totalmente desacreditada. Actualmente no ocupa ningún papel en nuestra vida. Yo creo que ahora, como dijo Gramsci, la verdad es revolucionaria. Y la verdad es algo que echo mucho de menos. En mi opinión, hay que rearmarse políticamente y éticamente. Hay que recuperar valores como la honestidad. Ser una persona honesta y confiable es algo muy heroico. Decir la verdad es muy heroico. Falta sentido de la realidad. Ser conscientes de cómo son las cosas, de cómo es el ser humano, de lo que verdaderamente busca y, luego, intentar recuperar esos valores. Por eso Unamuno me parece tan importante, porque creo que él era una persona honesta, que siempre decía la verdad, aunque le costara el destierro en Fuerteventura e incluso cosas peores después. Somos una sociedad que se ha instalado en el cinismo. Y el cinismo en las novelas puede estar muy bien, hay personajes cínicos que resultan muy divertidos, pero el cinismo es terrible.