Olga Pérez Villar: "Escribir ‘Me han hecho un tattoo’ me ha servido para ser una persona diferente"

La zamorana rememora sus días de hospital en un relato doloroso, con olor a gasas y a bisturí, pero también esperanzador. En su historia se mezclan la intensidad arrolladora de la infancia con la incomodidad de la adultez y el amor a la familia.
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Olga Pu00e9rez Villar


¿Te imaginas a tu médico entregando un parte de baja en el bar? Esta escena, a medio camino entre Amanece que no es poco y el esperpento de Valle-Inclán, anda lejos de la ficción, aunque pudiera parecerlo. Podríamos destacar algún rasgo berlanguiano y esbozar una sonrisa si no fuera porque la cosa se antoja seria. Lo es porque nos situamos en los tiempos más recios de la pandemia y porque la enferma coqueteaba con la muerte mientras el facultativo terminaba su café. “Me llamó después de pedir una cita telefónica y le dije que tenía un dolor muy fuerte en el abdomen, que necesitaba que me viera. Él se negó. Me contestó que eso era gastroenteritis, que tomara suero ¡y listo! Prometió que en cuatro días estaría como una rosa”, rememora Olga. Esta zamorana vaticinaba, con conocimiento de causa (parió con fórceps, le extrajeron un mioma de kilo y medio, “casi dos paquetes de leche en el útero”, y ya había sufrido varias gastroenteritis, con lo que sabía distinguir dolores), que esa rosa estaría marchita para el lunes.


Fue su marido el que, después de presentarse en el bar para recoger la baja, telefoneó a urgencias, donde determinaron que aquello era una peritonitis, denominada antaño “enfermedad del Miserere”, a juzgar por los lamentos retorcidos de quien la padece. El caso es que enviaron una ambulancia que no llegó hasta las once de la noche (recordamos que estamos en pleno covid) y ella no fue operada hasta la una del día siguiente, sobre la bocina. “Me intervinieron cuando estaba al borde, al límite. Tenía ya sepsis generalizada, pus en el abdomen”, recuerda Olga Pérez Villar, quien permaneció la mayor parte de los ocho días que estuvo “sola, sola, sola” en el hospital con sus tres únicas pertenencias: “Un anorak, un pijama y el cepillo de dientes que llevo siempre en el bolsillo”, detalla.  


En estas circunstancias, su cabeza empezó a hilar lo que hoy es Me han hecho un tattoo, un libro que huele a gasas y a bisturí, pero también al algodón de azúcar de la infancia (qué sano es no perder de vista esa criatura que fuimos, ¿verdad?). Queremos saber más sobre esta publicación que nos hace pensar en que cada uno de nosotros somos nuestra propia muñeca rusa en continua transformación. Para complacernos, esta ávida lectora de novela negra, devoradora de las historias de Camilla Läckberg o de Javier Marías, curiosa incansable de publicaciones sobre adolescencia o de autoayuda, nos atiende en el malabarismo que le permite compaginar la maternidad con la enseñanza, los fogones y su perro (el pobre Veyron tendrá que esperar un poquito para disfrutar de su paseo. Lo puede hacer junto a la chimenea, eso sí; las ventajas de residir en un pueblecito de la montaña leonesa).


Nuestra protagonista acude al tradicional comecocos para definir este encaje de bolillos. Su faena también es laberíntica: “Subo, bajo, hago el camino a la derecha, luego a la izquierda, vuelvo a subir…”, bromea, para después reconocer que, de todos modos, se considera afortunada: “Viví durante un tiempo en Madrid y tenía claro que no quería ese ritmo de vida. Aquí hago muchas cosas, tengo mucho tiempo para mi hijo y para mí” (repetimos: las ventajas de residir en un pueblecito de la montaña leonesa). Sin más, ¡empezamos!


PREGUNTA.- Cuando uno escribe su propia vida, ¿existe ahí un deseo de trascendencia? ¿Pretendías calar en el lector de alguna manera o el único motivo para pasar a limpio tu propia peripecia era, simplemente, un desahogo necesario por las circunstancias?

RESPUESTA.- Tiene un poquito de todo. Yo desde pequeña he escrito muchas cosas. Siendo mayor, sigo contando cosas; he escrito libros para mi hijo que nunca he publicado, cuentos para mis amigos, cuentos que les cuento a mis alumnos, cuentos que me cuento a mí misma y cuentos que le cuento a todo lo que se deja. Pero, aparte, el libro está basado en un momento muy concreto. Te hablo de un diagnóstico médico que derivó en una enfermedad que me puso al borde de la muerte: una peritonitis. En esos días de hospital, en los que estaba sola, me pasaba de todo y me encontraba muy mal, empezaba a escuchar de todo el mundo: “Esto es para escribir un libro”. Y yo pensaba: “Me lo está gritando el universo”. Y cuando el universo grita algo, hay que hacerle caso. Entonces, dije: “Venga, vamos a ello”. Tenía muchísimas ganas de escribir algo y este fue el detonante. Por otro lado, después de lo que yo viví, no podía callar ante la forma en la que estaban actuando las instituciones sanitarias. Llámalo pataleta, llámalo protesta … Mi caso ha sido uno de muchísimos y me parecía que para futuras generaciones podría ser un testimonio de cómo se vivieron aquellos tiempos del covid.


P.- Parece imposible idear un relato esperanzador desde una habitación de hospital, pero cuando te asomas a las páginas de Me han hecho un tattoo, adviertes, entre líneas, cierto disfrute, al menos al inicio. Me pregunto si fue así, si hubo más risas que lágrimas mientras dabas forma a tus vivencias y si, además, fue un proceso de escritura muy torrencial. Se aprecia un ritmo vertiginoso.

R.- Completamente vertiginoso; lo plasmé todo en palabras en poco tiempo. Mi cabeza era como una olla exprés; vomitaba las frases. Placentero, en realidad, no fue mucho. Sí, muy duro. Lo que ocurre es que no quería que fuese una historia de angustia. Yo misma, si empiezo a leer un libro de ese tipo, lo cierro. Soy como un avestruz, meto la cabeza con esa clase de noticias y no quería que mi libro fuera así. Por eso he intentado darle ese toque de humor y de esperanza, que es lo que jamás se puede perder. ¿Sabes? Yo sentí muchísima paz. Es extraño; sentí una mezcla de miedo absoluto, dolor y paz.  


P.- Supongo que es el producto inevitable de abrirse en canal, un proceso en el que exhibes una intimidad de la que muchas personas son recelosas. Esa desnudez lleva consigo la presentación de tus seres queridos: tu madre, tu hermana, tu marido, tu abuela o tu hijo. Todos desfilan por tu relato de modo constante. ¿Qué te han comentado ellos tras leer el libro? ¿Se reconocen?

R.- Les pedí permiso para publicarlo. Mandé el escrito a dos editoriales y cuando se pusieron en contacto conmigo para publicarlo fue como cuando vas a saltar a la piscina y en el último momento dices: “Ay, no, no, no, no…”. Me dieron ganas de contestar: “No, déjalo, me quedo aquí con mi libro en el cajón”. Es que es muy personal; supone desnudarse completamente, pero, claro, detrás estaba la denuncia de la situación que viví en la pandemia y mi conciencia no me permitía callarme. Por supuesto, ellos estaban de acuerdo y recuerdan todas esas anécdotas que encuentras en las páginas. Muchas de ellas las comentamos todavía en casa. Mi madre, de hecho, no me ha perdonado que dijera que le deberían haber quitado la custodia de las niñas (Olga nos regala aquí un par de carcajadas). Nos reímos mucho, pero es verdad. Todas esas cosas que hacíamos de manera inconsciente durante la EGB son todas estas cosas con las que ahora se pone el grito en el cielo. En definitiva, “bastante que estamos aquí para cómo nos hemos criado”, suelo decir bastante en tono cómico.


P.- Esas anécdotas son un tesoro, pero también, el poder que has otorgado a los detalles. Me parece que esa precisión tuya propicia que el ruido, la luz de lo cotidiano, el tacto o los aromas tengan una presencia irrefutable. Tu estilo literario tiene que ver mucho con lo sensorial. ¿Es algo consciente?

R.- Soy así; para mí los pequeños detalles lo son todo. Los detalles cambian la vida. De hecho, la vida son los pequeños detalles. Cosas gordas, gordísimas, te pasan dos veces en tu existencia. ¿El resto? El resto son las pequeñas cosas, las que cuando estás en el hospital echas muchísimo de menos. Cuando no estás bien, te das cuenta de lo importante que es tener salud. (El silencio se apodera en este punto de la conversación y Olga, con la lágrima asomando y la voz un tanto entrecortada, confiesa: “¡Ay, todavía me emociono!”).


P.- Además de esos detalles, me parece de admirar la capacidad de evocación que demuestras; incluso el relato de algo tan prosaico como que te corten la melena posee vividez. También te aplaudo la habilidad para revivir esos pasajes de hace tantos años de forma tan nítida. ¿Cómo es que tienes esa memoria tan portentosa?

R.- Tengo memoria de hace mucho tiempo. Me preguntas qué hice ayer y te digo: “Ni idea”, pero, sí, todo lo relacionado con mi infancia lo recuerdo perfectamente. Incluso podría pasarme horas recitándote poesías que aprendí de pequeña de memoria. Fue una infancia bonita, la recuerdo con mucho cariño. Mi hermana tiene dos años menos que yo y, muchas veces, en las típicas cenas familiares no dejamos de repetir: “¿Te acuerdas de aquella vez…? ¿Y esa otra que…?” Todo ese tiempo está presente en mis días.


P.- Pese a haberte ganado el derecho a presumir de memoria prodigiosa, en el libro dices también que esa misma memoria funciona como una especie de cascada que, de cuando en cuando, arrastra cosas nuevas, cosas que estaban ahí, pero que, por lo que sea, no discurrían por el cauce de la conciencia. Hablas, concretamente, de recuerdos que pensabas “olvidados y estaban en la niebla de un tiempo lejano”.

R.- Efectivamente. Escribir fue como cuando empiezas a tirar del hilo de un ovillo y el ovillo es infinito. ¿Me entiendes? Algo así. Es una especie de proceso esotérico, mágico y… también extraño; no para mí, pero para mucha gente podría serlo. Hablo de la paz a la que aludía antes; quien lea el libro lo entenderá. Me sentía muy tranquila, pese a que también sentía que estaba en las últimas. Estaba muy en conexión con mi ser, con el todo.


P.- Ha sido totalmente catártico, vaya. Iba a preguntar de qué te ha servido escribir este relato, pero con esa sentencia sería casi suficiente.

R.- Escribir ‘Me han hecho un tattoo’ me ha servido para ser una persona diferente, para relativizarlo todo muchísimo, para valorar más todo lo que tenemos y para darme cuenta de la suerte infinita de vivir donde vivo. A pesar de estar muriéndome, yo lo reconocía. Me decía: “Menos mal que estoy aquí, con esta Sanidad. Tengo una cama y calor”. Tampoco perdí de vista el “gracias”. En ese momento no lo olvidé. Es una palabra muy poderosa. Las palabras tienen mucho poder, infinito, tanto para el bien como para el mal. Desde el momento en el que oramos, cuando invocamos a lo que creemos con la palabra -cada uno a su manera, yo soy bastante alternativa-, ya estamos expresando una fuerza increíble. La fuerza de las palabras y de la oratoria es fascinante, por eso elegí cada palabra conscientemente y con mucho cuidado.


Me han hecho un tattoo, de Olga Pu00e9rez Villar


P.- Hablas de las palabras, pero también son importantes los hechos. En algún momento del libro expresas que no son los hechos, “sino nuestra forma de percibirlos, lo que siempre cambia todo”. Con el paso del tiempo, ¿has aprendido a percibir de otro modo, a restarle importancia o a quitarle hierro a hechos que en algún momento te aturdieron?

R.- He aprendido a no dar importancia a las cosas que no la tienen. Aún lo estoy intentado, ¿eh? Claro que muchas veces lo que importa es la interpretación, no los hechos en sí. Aún me sorprendo a mí misma pensando en aquellos momentos en el hospital. ¿Cómo pude estar tan sumamente tranquila y relajada? Se escapa a mi conocimiento. Y creo que la clave fue tener confianza, asumirlo y ver el lado positivo hasta en el cuenco de caldo que me traían.


P.- Una lección de vida para los demás que llega más adentro por el hecho de contarlo en primera persona. Quizá sea algo muy personal, pero creo que esto nos hace más partícipes a los lectores de la historia, incluso aunque el relato no fuera real, como en tu caso. ¿Piensas lo mismo?

R.- Es que el yo tiene muchísima fuerza. Yo quiero, yo deseo… “Yo” es una palabra muy potente. Además, es que esto es vivido, así que no tengo que ponerle mucha imaginación. Creo que la historia llega porque es sumamente real y porque podríamos vivirla cualquiera. No se trata de un viaje a Marte. Es que ¿quién no ha estado en un hospital? ¿Quién no ha cuidado a su madre enferma? Desgraciadamente, lo tenemos ahí.


P.- En alguna de estas presentaciones, ¿se te ha acercado alguien que haya vivido algo similar durante la pandemia o en otro momento de su vida?

R.- Sí, sí. Mira, en la que hice en Zamora, tuve a Andrés Casquero como maestro de ceremonias. Fue muy enriquecedor tenerlo cerca. Él había vivido una peritonitis con 20 años. Un amigo mío, en su adolescencia, también. Cuando leyó el libro, me llamó y me dijo: “Hala, pero es que he recordado tantas cosas… He vivido algo tan parecido…”. Por desgracia, el cura de mi pueblo de León fue ingresado en esas mismas fechas y no pudo sobrevivir a la peritonitis. Supongo que le vería el mismo médico que a mí y le tratarían igual.


P.- Ahora que sale Zamora en la conversación… No sé si se puede decir que esta provincia funciona como un personaje más en tu criatura literaria, pero en ocasiones parece que respira, que resulta fundamental para entender el carisma de otros personajes de carne y hueso. Hablas, por ejemplo, de lo mágicas que hacía tu abuelo las estancias en Zamora llevándote al río a merendar o a los matinales de cine infantil de los domingos.

R.- Vivo en León desde hace más de 20 años, pero voy a Zamora siempre que puedo, a pesar de la niebla (ríe). Me encanta Zamora. Es mi tierra, mi casa, mi hogar, todo. Y en el libro, además de lo que dices, también aparecen muchos personajes de Zamora, así que cualquier persona de allí que lo lea se va a ver muy reflejada.


P.- Quizá sea algo un tanto tonto, pero siempre me he preguntado qué te correrá por el cuerpo cuando ves tu libro publicado, con tu nombre, su portada, tus agradecimientos… Irrumpir por primera vez en la narrativa a ojos de todo el mundo, ¿es como tener sexo por primera vez, como enamorarse por primera vez? ¿Se da un aire?

R.- Totalmente. Todavía veo el libro y siento las mariposas en el estómago. Es muy bonito, un sueño hecho realidad. Nunca imaginé que pudiera llegar a plasmarlo. Al principio, simplemente lo escribí en plan terapéutico y luego tuve claro que debía ser un testimonio, por si a alguien le invitaba a reflexionar. Quería también que el relato envolviera, que comunicara. Además, la gente lo ha acogido muy bien. Ha habido críticas muy buenas y muy constructivas. He aprendido un montón y estoy muy contenta.


P- Y a partir de ahora, ¿qué? Sabemos que en el horizonte muy cercano hay fijada otra presentación (el 13 de diciembre, en el Instituto Leonés de Cultura), pero ¿habrá nueva publicación a la vista? ¿De qué temas te interesaría escribir? ¿Te pasarías a la ficción?

R.- Cada vez me decanto más hacia cosas en primera persona porque me parecen más sencillas de imaginar. Quizá no me desnudaría tanto como esta vez, pero sí apuesto por las historias basadas en hechos reales, aunque sea mínimamente. Creo que transmiten más. Lo creo hoy; mañana puedo cambiar de parecer.


Pues sí, mañana ya se verá. Ahora lo que toca es regalar a Veyron el paseo que merece, así que su mejor amiga se dispone a acompañarle (aunque fuera amenace lluvia). Si este encantador bóxer supiera que también hay un huequecito para él en Me han hecho un tattoo…