Inés Toharía: “El cine custodia nuestra memoria, nuestro pasado, nos ayuda a entender qué ha pasado y qué puede pasar”

La cineasta afincada en Urueña estrena mañana miércoles el documental ‘Film, the living record of our memory’, donde reivindica la labor callada de los custodios del cine.
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Conservadores y preservacionistas fílmicos de todo el mundo, y cineastas como Scorsese, Costa-Gavras, Wim Wenders o Ken Loach se citan en ‘Film, the living record of our memory’, el nuevo largometraje de la cineasta madrileña Inés Toharía, afincada desde hace una década en Urueña, donde regenta junto a Isaac García El Grifilm. Tras su reciente puesta de largo mundial en Sao Paulo (Brasil), el documental (una coproducción con Canadá) se estrena en Europa mañana miércoles dentro de la Gala Unesco Valladolid City of Film, en el marco de la 66 Semana Internacional de Cine de Valladolid, coincidiendo con el Día Mundial del Patrimonio Audiovisual. La película rinde tributo a un oficio callado, que suele esconderse en la trastienda, alejado de los oropeles del séptimo arte, y reivindica la necesidad de proteger y atesorar el trascendental legado social y cultural que nos brinda el celuloide, memoria en movimiento del ser humano.



¿Cuándo y cómo se enamoró del cine?

Siempre me atrajo. De pequeña recuerdo mi fascinación por Buster Keaton o por los cortometrajes checos animados, que me encantaban. Mi hermana y yo apenas veíamos la tele, pero cuando había cumpleaños y venían amigos a casa siempre poníamos películas de Super 8. Aprendí el cine directamente con las bobinas, y siempre me atrajo un montón ver cómo funcionaba todo, con los proyectores. Luego cuando llegó el vídeo me intrigó mucho, siempre me atrajo cuanto rodea la tecnología de la imagen.


Revisando su formación, es curioso que lo primero que estudió fue Filología.

Empecé Económicas, pero salí muy triste así que me pasé a Filología pensando que me iba a gustar mucho más, y así fue. Me centré en literatura en lengua inglesa, hice el doctorado y empecé a hacer la tesis sobre la relación entre el cine, el teatro y la literatura, e investigué un montón el cine y su lenguaje primitivo. A la vez iba haciendo pequeños cortos y cada vez me fue ganando el tema del cine. Pedí unas becas y estudié documental en Barcelona, antes de irme a Reino Unido para hacer un curso de realización, y luego me dieron otra beca Fulbright para ir a Estados Unidos, y allí me especialicé en preservación de cine. Es entonces cuando descubrí los orígenes, cómo el celuloide se deteriora y cómo se podría perder y se ha perdido mucho cine ya.


¿Qué le atraía del terreno de la preservación?

Es algo de lo que no se habla y es clave, porque realmente todo lo que ha llegado hasta nosotros es porque ha sobrevivido por algún motivo. En algún caso ha sido por azar, con rollos que han aparecido en desvanes, sótanos o armarios perdidos, pero generalmente ha sido gracias a gente que estaba concienciada de que esto hay que guardarlo y salvarlo, incluso familias de cineastas o de amigos que coleccionaban. Es gente que ha tenido una conciencia de conservación y de que esto iba a servir en el futuro para algo, que podía ser útil. Henri Langlois, de la Cinemateca Francesa, era coleccionista, un entusiasta del cine, y creyó que esto sería muy importante para el futuro. Y es gracias a gente como él, que pese a no ver un valor comercial en el material decidió preservarlo por su valor histórico, cultural o sociológico, que hoy conocemos la historia del cine. De no ser por ellos la habríamos perdido. 


¿Hay algún momento de cambio de chip en la historia en el que la gente empezara a ser consciente de la importancia de la preservación fílmica?

Hay dos momentos claves. El primero en los años 30, que es cuando se forman los archivos nacionales y las primeras filmotecas por todo el mundo. Ahí se dieron cuenta de los problemas técnicos, de que el celuloide se deterioraba y que había que guardar el material en frío, sin humedad, con un proceso caro y que requiere unas condiciones especiales sobre todo por el nitrato, que es inflamable y entraba en autocombustión, como se ve en ‘Cinema Paradiso’. Ese momento es muy importante, porque es de concienciación, y luego en 1990 se funda The Film Foundation, gracias a Scorsese, que es otro de los grandes enamorados y responsable de haber concienciado a un montón de gente. Él, con el apoyo de otros directores como Spielberg, George Lucas, Sydney Pollack, Kubrick, Redford o Clint Eastwood, se dieron cuenta de que había que hacer algo, porque las películas en color estaban perdiendo sus tonos y virando hacia el rosa en muy poco tiempo. Además decidieron expandir su trabajo de preservación y restauración más allá del cine norteamericano y pusieron en marcha World Cinema Project, con el que han recuperado cine en todo el mundo, incluido África, donde el calor y la humedad son circunstancias especialmente complejas. 


Es un momento contradictorio, donde los procesos de restauración se están haciendo en digital y el celuloide convive con las nuevas tecnologías.

Justo. Ha sido muy curioso porque al principio el digital era como el demonio, y luego ha sido tremendamente útil porque por ejemplo en restauración permite hacer cosas que antes eran impensables. Lo ideal es combinar el fotoquímico y el digital, porque hay cosas que funcionan mejor de una u otra forma. Es una ironía muy grande que, hoy por hoy, la mejor manera para preservar una película y que dure es pasarla a cine. Han cerrado los laboratorios pero no hay otra manera mejor. Una película, en un archivo fílmico, con una temperatura baja y una humedad relativa controlada, si es en blanco y negro puede durar hasta 500 años. En color ya un poquito menos. Y el digital sabemos que no es un soporte duradero. 


¿La gente es consciente de la escasa durabilidad del digital? 

No, y cada vez somos más dejados, porque con solo apretar un botón tenemos acceso inmediato a videos y pensamos que con tener algo guardado en el móvil nunca se va a perder. Claro que se pierde. Lo digital dura muy poquito. A quién no se ha perdido un archivo o el ordenador se le ha ido a pique. 


En España hace apenas siete años se inauguró el Centro de Conservación y Restauración de la Filmoteca Española, pero hasta entonces será mucho el material que haya desparecido en el camino.

Sí, me temo que ya se ha perdido mucho. Sobre todo cine mudo, porque siempre que ha habido incendios, terremotos o una guerra, ese legado desaparece. En Asia por ejemplo la realidad es muy triste. España está en la media europea, por detrás de algunos países como Francia o Reino Unido, que comenzaron antes a trabajar en esto y parten con ventaja. El Centro de Conservación se hizo con muchísima idea y está preparadísimo para que puedan durar ahí las bobinas muchos muchos años. Es muy caro financiar una infraestructura así y mantenerla, pero es necesario. Ahí se custodia la memoria, nuestro pasado, que nos ayuda a entender qué ha pasado y qué puede pasar, y somos responsables para el futuro, para que puedan comprender quiénes éramos y qué hemos hecho. 


Sobre la preservación fílmica, un conservador como Luciano Berriatúa la definió como “una lucha contra la muerte. Las películas son orgánicas y tienen una fecha de defunción si no se conservan adecuadamente”. ¿Es una batalla perdida?

En el fondo todo muere. Por una parte te resignas a aceptarlo. Eso lo tenían muy presente los preservacionistas míticos, que trabajan denodadamente pero son conscientes de que no todo se puede salvar. Su mensaje común es que tienes que saber qué es lo que te toca a ti, y que eres responsable porque, si no lo haces tú, no lo va a hacer nadie. Por eso esta película es en cierto modo un homenaje a toda esta gente como Luciano, que ha hecho muchísimo con la obra de Murnau. A veces son individuos como él, gente que se quedan ahí toda la noche porque saben que si no lo hace eso no lo va a hacer nadie, que no hay financiación, y se echan a la espalda el proyecto. Nadie se va a enterar nunca con el paso de la historia, pero gracias a ellos se ha salva mucho material. Otra persona fundamental es el historiador británico Kevin Brownlow, que nos mandará un vídeo para el estreno donde explica por qué se metió él en restauración de forma un poco fortuita y cómo llegó a restaurar luego el ‘Napoleón’ de Abel Gance. 


¿Cuál fue el chispazo de arranque de ‘Film, the living record of our memory’?

Hace mucho tiempo que pensábamos: ‘Se tendría que hablar de esto’, porque es algo que fuera del mundillo no se conoce y es importante que se sepa para concienciarnos como sociedad. Dije: ‘Vamos a intentar hacerlo’, y así surgió. Si no nos movemos vamos a perder un montón, porque la imagen en movimiento no sirve solo para entretener, que también está muy bien, sino que también es una puerta a la historia, que te permite conocer a otra gente. Ahora que se habla tanto de la empatía, qué mejor que meterte al cine donde puedes conocer cómo viven otras personas; eso te permite ponerte en su lugar, algo que para mí es clave para mejorar la sociedad. Si contemplar un cuadro ya te impacta, cómo no te va a influir ver imágenes en movimiento de otra época o lugar. 


¿Qué objetivos se marcó con la película? ¿Qué quería contar en ella?

Sobre todo poner de relieve la profesión, pero intentando hacerlo de forma amena. Queríamos ofrecer un resumen histórico y poner sobre la mesa el problema que hay, además de rendir un homenaje a la gente e instituciones que se han dedicado a esto, que se han quedado un poco en la parte de atrás de la historia pero son decisivas. Así fuimos conociendo a muchísima gente, todos encantadores y apasionados por lo que hacían, por encima de cualquier ego. Son gente entregada, que cree en lo que está haciendo, y quisimos contar su historia y el esfuerzo que llevan haciendo desde el pasado. 


La nómina de testimonios que reúne la película es para echarse a temblar. ¿Cómo han ido sumando todos estos enamorados del cine al proyecto?

Queríamos mostrar que este es un trabajo muy colaborativo, que depende mucho de un individuo pero ese individuo siempre está muy conectado, sobre todo ahora con internet. La gente está muy en contacto y los archivos colaboran mucho entre sí, porque a veces tienen una bobina pero les falta un trocito y tienen que encontrar a quien lo pueda tener. Nos parecía muy importante contar que hay mucha gente metida en esa especie de red. Era necesario tener muchos testimonios variados, no solo de preservacionistas sino también de técnicos, curadores de museos y de archivos, y sobre todo de cineastas, que en el fondo es su trabajo lo que está en entredicho, y su punto de vista era también muy bueno. La película se centra en la preservación, pero era muy importante mostrar este entramado, donde está todo entretejido abarcando toda la geografía.


La película tendrá su estreno mundial en Sao Paulo, y después pasará por Seminci, Cambridge, Cork, Nueva York y otros rincones del planeta. ¿Esperaban esta acogida?

No, ha sido una sorpresa porque no sabíamos cómo caería. A la gente le gusta el cine y por un lado piensas que les tiene que interesar, pero por otro lado eres consciente de que a este tema siempre se le ha dado la espalda y nadie le había hecho mucho caso, así que no sabíamos qué esperar. Decidimos apostar por un estilo de narrativa más sencilla, sin voces en off, ni primera persona, rehuyendo de lo experimental; queríamos algo muy directo para que estos personajes narren sus historias al espectador, y no teníamos claro que fuera a interesar en el circuito de festivales, pero sin embargo desde el primer momento ha habido mucha gente que se ha interesado por el proyecto y eso nos animó. 

¿Están contentos por estrenar en Seminci?

Nos alegra mucho, porque en Seminci siempre ha habido interés por estas cuestiones. El festival ha organizado tradicionalmente pases de cine mudo con orquesta y tiene una gran selección de documentales. 


Este año se cumple una década desde que dejaron Nueva York para fundar en Urueña El Grifilm. ¿Qué balance hace del recorrido andado?

Sí, justo diez años. Han pasado rápido. El primer año, con la emoción te lanzas y ya está, pero el segundo año te paras y piensas: ‘¿Qué hemos hecho?’. ¡Qué locura! Llegamos en plena crisis, con la gente muy desanimada, pero a partir del tercer año todo ha ido para arriba, con muchas ganas y muy bien. Cuando abrimos nos preguntaban: ‘¿Pero quién lee libros?’. Pues un montón de gente. O nos decían: ‘El papel no va a durar’. ¿Cómo que no va a durar? El balance la verdad es que es muy bueno. Estamos muy contentos y parece que todo ha ido cada vez a mejor, y creciendo.