Los tractores siguen rugiendo en el campo castellano y leonés, pero cada vez son menos los jóvenes que los conducen. En una comunidad donde la agricultura y la ganadería han sido durante siglos parte esencial de la identidad y del sustento, el relevo generacional en el sector primario avanza con dificultades, ralentizado por la excesiva burocracia, la baja rentabilidad y unas condiciones de trabajo que siguen sin compensar el esfuerzo.
En los últimos seis años, apenas 494 jóvenes han accedido al campo en Castilla y León con ayuda pública, según los datos recopilados por Ical a partir del registro oficial entre 2018 y 2024. Una cifra modesta en una Comunidad donde hay más de 65.000 explotaciones agrarias registradas. Aunque el dato refleja una cierta continuidad, no logra revertir una tendencia de envejecimiento y abandono rural cada vez más preocupante.
En el campo de Cabrerizos, una localidad próxima a la capital salmantina, Miguel Pollo arranca el día antes de que amanezca. Tiene 23 años, estudió ingeniería agrícola, y desde niño tuvo clara su vocación. “Tengo muchos recuerdos con mi abuelo de subirme a la cosechadora cuando era pequeño, con mis primos también”, recuerda. Ahora ayuda a su padre en la explotación familiar dedicada a la agricultura. Aunque siempre ha querido seguir en el campo, es consciente de que no es un camino fácil: “Las jornadas son largas, los precios no siempre acompañan y hay muchísima burocracia”.
Miguel representa una excepción en una Comunidad autónoma en la que el relevo generacional en el sector agrario se enfrenta a un futuro incierto. De los 494 jóvenes que se incorporaron al campo entre 2018 y 2024, tan solo 72 lo hicieron el año pasado. La misma cifra en 2020. Estos números ponen de manifiesto una realidad preocupante: cada vez hay más jóvenes formados, pero menos explotaciones activas. La media de edad de los titulares supera los 61 años, y en muchos casos, como reconoce Miguel a Ical, “la gente con la que me cruzo a diario me dobla o triplica la edad”.
Por otra parte, en una explotación ganadera situada en Santiago de la Puebla, está Bernardo García, de 48 años, que trabaja en solitario en su granja de porcino ibérico. Su explotación familiar, con cien madres productoras, está repartida entre parcelas de alfalfa de regadío y forraje en distintos puntos del municipio. Empezó junto a su padre y ahora se ha quedado solo, salvo cuando su primo, que también es ganadero, le echa una mano. “He estado en la construcción, pero siempre he vivido esto. Lo he mamado desde pequeño”, explica. Pese a su experiencia, reconoce que las dificultades se acumulan: “Cada día es distinto. Hay días que estás con partos, otros inseminando, otros arreglando averías… esto es esclavo”.
Obstáculos para emprender en el campo
Tanto Miguel como Bernardo coinciden en un aspecto clave: la burocracia. “Cada vez hay más restricciones, más normativas, más papeleo”, lamenta Miguel. Para quien quiere empezar desde cero, como algunos compañeros suyos de carrera, el panorama es desalentador. “Hace falta tierra, maquinaria, construcciones, una inversión inicial enorme y mucha paciencia”, detalla. Para Bernardo, la situación es aún más crítica. “Conozco chavales que se han echado atrás solo de ver todo lo que te piden para montar una explotación porcina. Y eso sin contar los controles de calidad brutales que tienes que pasar luego”, explica. En su caso, por ejemplo, cada cerda tiene una chapa identificativa y si comete un error en un número, puede invalidar el lote entero como ibérico.
La carga documental no es el único freno. También lo es el precio, según Bernardo, el coste de los servicios veterinarios en su explotación se ha triplicado: “Antes me gastaba 400 euros al mes y ahora más de 1.200”. Y, por si fuera poco, la mortalidad en los lotes se ha elevado hasta un cinco o seis por ciento. “Es brutal. Aquí no puedes permitirte un error porque los márgenes son mínimos”.
En la agricultura de secano de Miguel, con una explotación de unas 500 hectáreas entre propiedad y alquiler, los costes tampoco dan tregua. “Si no tienes una explotación grande, como es nuestro caso, es muy difícil vivir de esto”. Su suerte ha sido la de heredar una infraestructura ya asentada, sin embargo, para quienes quieren empezar desde cero, la fórmula del trabajo no compensa: precios inestables, inversiones elevadas y escaso respaldo institucional.
Las ayudas públicas, ¿suficientes?
Ambos protagonistas son negativos en cuanto a la las ayudas públicas. Por una parte, Miguel ha accedido a algunas subvenciones para renovar maquinaria, y admite que “nunca viene mal”, sin embargo, coincide con una idea extendida entre los profesionales del sector: “Muchos prefieren que les paguen un precio justo por lo que producen antes que depender de ayudas”. Por otra parte, Bernardo no recibe ningún tipo de apoyo para su explotación porcina por lo que lo ve incluso con más claridad: “Cuantas más ayudas, más controles. Y al final no compites en igualdad. Tú haces trazabilidad y luego te enfrentas a productos de Marruecos o Argentina que no cumplen nada”.
Respecto a las ayudas de la PAC, estas siguen siendo una herramienta relevante aunque insuficientes para revertir una dinámica que tiende a la concentración. “Las normativas van en dirección a que los pequeños cierren y solo queden grandes empresas o grandes explotaciones”, advierte Bernardo.
Vida social y conciliación: otro muro invisible
Otro aspecto clave que disuade a muchos jóvenes de quedarse en el campo es la dificultad para conciliar la vida profesional y personal. Miguel lo explica con claridad: “En verano es imposible. Ayer me levanté a las seis y llegué a casa a las diez de la noche. Solo paré una hora para comer”. Aun así, encuentra momentos de respiro en otras épocas del año. “Se puede más o menos compaginar, quitando la época mala”.
Para Bernardo, que está solo al frente de su granja, las cosas son más duras. “El año pasado me pasé las fiestas del pueblo inseminando. Aquí los partos son cuando son y los destetes también”. En Navidad, se levantó a las cuatro de la mañana para atender las parideras. Las vacaciones, si las hay, solo llegan con apoyo familiar. “Hasta que mi primo no se quedó con otra granja, no podía ni moverme”.
¿Es real el relevo generacional?
La respuesta es contundente. Ambos lo ven realmente difícil. “Es complicado. Hay muchos obstáculos. Si no tienes mucho empeño y mucho trabajo, es imposible”, señala Miguel. Bernardo es aún más pesimista: “A corto y medio plazo, lo veo muy difícil. A lo mejor a largo plazo sí. Pero ahora no. La gente no viene a quedarse. Viene a descansar, pero no a trabajar la tierra”.
En su día a día, Bernardo lo ve con claridad: “Vienen familias a los pueblos, pero a comprar casas, no a montar granjas. Y, aunque haya jóvenes con formación como ingenieros agrícolas, veterinarios, si no hay rentabilidad, no se quedan. Y no la hay”.
Más formación pero menos oportunidades
Ambos protagonistas, coinciden en una paradoja desalentadora respecto las nuevas generaciones dentro del sector: están más preparados que nunca, pero tienen menos oportunidades que nunca, y es que Miguel, que ha estudiado una ingeniería, confirma que varios de sus compañeros de carrera han buscado salida en empresas privadas o en la ciudad. “Poca gente se queda”, reconoce. Para Bernardo, esto tiene también una raíz social. “Antes ser agricultor o ganadero estaba mal visto. Ahora ya no tanto. Pero sigue habiendo esa idea de que es un trabajo para el que no vale otra cosa”.
El cambio de mentalidad, en todo caso no es suficiente. Para ambos protagonistas la solución pasa por una estructura para obtener “Unos precios razonables, menos trabas, y que se reconozca que si el campo desaparece, desaparece todo”, resume Miguel. Bernardo va más allá: “Lo que falta es saber cuánto vas a ganar. Hoy en día, cualquier explotación se va a un millón de euros. ¿Y quién te garantiza que eso sea rentable? Nadie”.
Datos que retratan una realidad
Los datos acompañan ese diagnóstico. Según los registros autonómicos, Castilla y León ha perdido miles de explotaciones en los últimos años, muchas de ellas pequeñas y familiares. La edad media del agricultor y ganadero sigue creciendo, y la incorporación de jóvenes apenas logra sostener el relevo. Mientras en 2018 se incorporaron 107 jóvenes al sector agrario con ayudas, en 2024 apenas lo han hecho 72. Una tendencia descendente que refleja un problema estructural.
En Salamanca, el patrón se repite. Las explotaciones se reducen, las que se mantienen lo hacen a base de ampliaciones y aumento de dimensión, pero no de titulares nuevos. Las ayudas existen, pero no resuelven los obstáculos de fondo: burocracia asfixiante, precios desiguales, falta de conciliación y escasa rentabilidad.
¿Qué necesita el campo?
La respuesta, según los propios protagonistas, parece concisa. “Menos trabas y precios justos”, dice Miguel. “Menos normativas absurdas, más respaldo real y que nos dejen trabajar”, apunta Bernardo. Ambos creen que el futuro está en manos de quienes tomen decisiones pensando en la sostenibilidad del sector más allá de campañas o subvenciones. “Esto no es un trabajo, es una forma de vida. Pero no puedes vivir así sin garantías”, concluye Bernardo.
Mientras tanto, Miguel sigue madrugando y Bernardo sigue inseminando cochinas en pleno verano. En sus voces resuena la esperanza silenciosa de quienes no quieren dejar que el campo se vacíe, aunque cada vez haya más tierra y menos manos para trabajarla.