La majestuosidad del monumental retablo, portado por los cofrades con túnica y capa blanco hueso y capirote rojo, impresionó, un año más, a los feligreses, turistas y curiosos que no quisieron perderse la salida de la procesión que se dirigió hacia la Catedral, donde se realizó un acto penitencial, antes de regresar al templo de la calle Santiago. La oscuridad y el silencio son dos notas características de este desfile por las calles céntricas de la ciudad, con el paso portado a hombros por los cofrades con las manos entrecuzadas sobre el pecho. No es de extrañar que sobrecoja a muchos de los que acompañan esta procesión.
La soberbia escultura de gigantescas proporciones, de más de dos metros de altura, que representa a un Cristo ya muerto con una anatomía hercúlea y que destaca por su policromía estuvo acompañada por la música de la Banda Sinfónica de Arroyo de la Encomienda que interpretó la cuidada selección de piezas.