La contemplación por el alma

Seguramente de la Semana Santa Zamorana se ha dicho y escrito casi todo, menos de su belleza intrínseca.
|

J. L. Leal  ICAL . Desfile procesional de la Cofradu00eda Virgen de la Esperanza


Zamora es aún más bonita para los que no vivimos ahora en ella. Y todavía más para quienes no la conocen. Merece, y mucho, visitarla, en cualquier momento, no sólo en Semana Santa.


Al margen de los pasos, ya de por sí grandiosos, hay tanto que ver y conocer… Y para mí, de la que me marché hace tiempo de allí, tanto que recordar y disfrutar, conmigo mismo, entre sus calles y paisajes, dentro y fuera de la ciudad. Pero sobre todo, alternar con su gente en cualquier momento y lugar.

Seguramente de la Semana Santa Zamorana se ha dicho y escrito casi todo, menos de su belleza intrínseca, cuya descripción interior es prácticamente imposible por interminable.


Parece que de lo que se ve, aparentemente, todo ha sido expresado: Las tallas y sus miradas, los mantos de las vírgenes de distintos colores, las ceras en el suelo de los velones, cirios y faroles procesionales, el puente de piedra sobre el río y el cielo en la noche, el susurro del agua brillante del Duero, las callejuelas de piedra, los movimientos de los pasos en procesión, y tantos otros vientos silenciosos que el alma lleva dentro.


El alma, sí. Lo que no se ve. Aquí quería yo llegar, lo que la muchedumbre no ve, pero intuye y nota, como el respeto al silencio por oír acercarse los golpes de los hachones en el suelo. O la fricción de las cajas de madera pulida cargadas con el peso del tiempo encogido. O las correas del Barandales que empujan agarradas sus manos al sonido de los dos pesados esquilones para ir derramando nitidez de percusión inconfundible, paso a paso. O las carracas secas estridentes que mantienen vivos los cardos silvestres entre las calaveras de las capas pardas, tiernas esa noche como nardos amarillos.


El alma ve todo esto y más, hasta el amor y la melancolía por la alegría de la noche con sopas de ajo como alivio para las manos y pies descalzos en la madrugada, a veces fría.


Los cargadores van tapados, pero no impide suponer cómo soportan gustosos la carga del paso que vuela espiritual a golpe de espuela por el toque del palo seco del maestro o maestra en la mesa, que levantan en volandas al unísono los porteadores, extensibles a hombres y mujeres por igual, con sus hombros sobre terciopelo de un tirón.


En la Resurrección, las aves de los balcones y torres de la plaza mayor levantan el vuelto, por el clamor y los cohetes, hasta concluir los aplausos por la reverencia del encuentro, para bajar del centro por la pendiente de mi calle Balborraz al Barrio Bajo del río, callado hasta terminar el repique de las campanas, para retomar seguidamente la corriente hacia su destino en la mar, donde le espera la muerte pasajera que se diluye como la cera.


Mi religiosidad es simplemente poética y, desde luego, ética, más allá de la religión, sobre cuya situación, nada opone la libertad de mi corazón a la de cada cual, ni para bien, ni para mal. Y no lo digo por seco sayagués de origen, al que “ni le quites, ni le des”, sino como ciudadano del mundo que nació en un rinconcito zamorano tan bonito…


Vivimos hoy entre el universalismo y los localismos. Pretendemos una sociedad cada vez más amplia, aunque depende para qué intereses, y a su vez, deseamos los localismos, como la ciudad de Zamora y, sus pueblos, con tradiciones aún vivientes.


Y es que el hombre y la mujer, necesitan el pueblo para desarrollar su personalidad. Necesitan conservar sus raíces y evolucionar con ellas individualmente. Necesitan ser gente corriente, independientemente de dar rienda suelta a su mente. Y para ello, el pueblo, como unidad cultural, donde se reconoce su gente, es fundamental.


Nuestra Semana Santa es cultura que el pueblo vive libremente, ya en Zamora ciudad, ya en sus pueblos, sin imponer. Los que vengan de fuera lo pueden ver.


Merece destacar, por sobrecogedora, la Semana Santa de Bercianos de Aliste, declarada Bien Cultural Inmaterial de Europa, cuyos ritos ancestrales van más allá de la pura representación, viviendo el pueblo la emoción del desprendimiento del cristo articulado, por la noche, en el monte a plena naturaleza, desfilando los cofrades al aire libre con hábitos blancos a modo de sábanas blancas, como si se tratara de sus propias mortajas.


Pero no sólo persiste en Zamora la Semana Santa, sino su cultura histórica y su futuro espiritual cultural, como pueblo, que es diferente y, a su vez, consciente de la voluntad de su gente: Integrante. Este es su talante.


El materialismo conlleva globalidad y el talante cultural individual, libertad.


Nada más preciado existe que la libertad, y no es un dicho, sino una realidad que debemos conservar.

Gracias Pueblo Zamorano, gracias Zamora, gracias Sayago, por dejarme amarte. Gracias Barrios Bajos de mi infancia, junto al río, por compartir mi corriente imaginaria contigo, allí donde he ido, imbuido por cualquier idea pluralista sin ser absorbido por el egocentrismo egoísta.


No pretende este relato más que expresar su opinión con el único fin de pasar en el recuerdo un buen rato. Y si es en el de Zamora, mejor y mucho más grato.