Las barcas y sus barqueros del Duero

Navegar, ¡qué maravilla! Qué maravilla de poder pensar al remar
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Felicito al Ayuntamiento de la ciudad de Zamora por volver a poder surcar quienes quieran las aguas del Duero en barcas para cruzarlo y volver.


Navegar, ¡qué maravilla! Qué maravilla de poder pensar al remar. El agua lo agradece y parece que crece de satisfacción. El río está deseando que lo crucen con poemas.


Y los poetas quieren disfrutar buceando por sus venas. Los puentes miran las orillas por arriba. El agua mira más alto, pero la barca le acaricia su piel y le lame como a la miel.


El río en la ciudad de Zamora, al que se asoma la muralla y, la catedral, calla enamorada mirando a las barcas con sur remeros navegar.


Pero el río no para de correr y continúa corriendo y sonriendo a Portugal. Como un fuelle inflamado toma aire con el alma y sopla su viento por los Arribes de Miranda y Fermoselle.


El puente de la presa en Miranda do Douro anegó a la campana con la que cualquiera que necesitara pasar al otro lado del Duero, llamaba al indeterminado barquero que la oyera al navegar en ese momento por Los Arribes, obligándole su propia convicción usual a regresar al embarcadero de la campana que le llamaba y transportar el pasajero al otro lado del Duero sin considerarlo extranjero. Y una vez en el otro lado, saboreaban el vino de Oporto, gentilmente ofrecido por el hermano luso al español sin manifestarse éste como tal por considerarse ambos consustanciales de sus mismas identidades e ideales.


No está, ni estaba regulado el cruce del Duero en barca por el Derecho Internacional, ni en Miranda, ni en Bemposta, ni en ningún otro lugar con Portugal, simplemente está contemplado en un Tratado basado en la costumbre y en la amistad entre pueblos que antiguamente cruzaban el Duero para, desde Zamora, andar para llegar a los mercados de Medina del Campo, donde mercaban ya en la Edad Media, llegando operativa la “Barca de Murcema o Murcena” hasta la Modernidad, resultando de vital importancia para el comercio a uno y otro lado de La Raya, pasando viajeros en la barca, incluido su carro, si lo tenían y así lo querían, mercancías y animales, pocos, pues no cabía todo de una vez en la barca.


Los embarcaderos disponían de posadas, cantinas y molinos. Y la maquila era y, sigue siendo en la memoria, tan genuina, justa y limpia como su harina.


Las situaciones de La Raya fueron cambiando por las necesidades y, el contrabando también estuvo allí algún tiempo flotando entre tabaco y café, sal y pescado, pero quiénes se agarraban y abrazaban a las estacas por ellos clavadas en las rocas de la naturaleza en pleno Duero, para cruzarlo de un lado a al otro, eran hombres y mujeres honrados de los pies a la cabeza, llenos de arrojo, bondad y entereza.

Así reza en las crónicas al murmullo del agua cuando flotaban y pasaban los sacos y sacas cargadas de mercancías para cambiar por sustento económico mínimo en el otro lado que les permitiera por ello cierto aliento.


Los puentes y la nueva vida de las gentes actuales han venido a sustituir a las barcas para cruzar los ríos y, algunos de sus cometidos contrabandistas dejaron de serlo para entrar en el mundo del turista, que no está nada mal, sino por el contrario, fenomenal.


Pero la navegación romántica y poética por el Duero y ríos adyacentes debe tener continuación por las arterias de su corazón conjunto. Y así vivirán siempre, latiendo su sentimiento de cooperación, historia y gloria sana.


Cierto, y pido perdón por mi deformación ante la rima, pues este relato no necesitaría buscar concordancia alguna de palabras por la semejanza del conjunto de los sonidos del agua en todo el cauce del Duero y, en el de sus afluentes, que también llevan el agua a Portugal, sin marcar equidistancias en el río entre Estados, ni jurisdicciones exclusivas de ninguno de ellos en sus orillas.


La campana para llamar al barquero en Los Arribes no sabía de fronteras, simplemente vibraba en Los Arribes, transformando el silencio en sonido gentil colaborador altruista de los barqueros de Los Arribes del Duero, admirablemente.


Sin perjuicio de la construcción de puentes, volvamos a las barcas en los ríos con sus embarcaderos y barqueros. Los remos de la ilusión nos están esperando.