“Un poeta es alguien que dice verdades elementales. A veces es simplemente alguien que las recuerda o se las recuerda a los demás”. Así lo advertía, ya en 2006, el poeta, traductor y doctor por la Universidad de Salamanca Juan Antonio González Iglesias, en el texto introductorio de ‘Eros es más’, el poemario que le valdría el XIX Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe. A lo largo de tres décadas, el Premio Castilla y León de las Letras 2024 atesora una trayectoria poética contundente, en la cual ha configurado una voz única y profunda, tan deudora de los autores clásicos como del tiempo que le ha tocado vivir. Los ecos del pasado y los vientos del presente se conjugan entre sus versos, desde los iniciáticos de ‘La hermosura del héroe’ (1993) hasta los más recientes, reunidos en ‘Nuevo en la ciudad nueva’ (2024), y confluyen también en su ensayo ‘Historia alternativa de la felicidad’ (2024), donde, entre otras verdades, escribe: “La lectura sigue siendo hoy lo mismo que lleva siendo tres mil años: un refugio frente a las mil adversidades de la vida”.
¿Qué nos queda si nos quitan la poesía?
Muy poco, porque el ser humano es un animal poético. La ausencia de la poesía supondría un retroceso civilizatorio. En cierto modo, estamos vislumbrando lo que sucede cuando se ponen al frente del mundo personas no poéticas. Nosotros tenemos la perspectiva poética desde el mundo clásico, grecolatino. Horacio, en su ‘Arte poética’, relata los beneficios que la poesía ha dado a la humanidad, y entre otras cosas habla de que la poesía terminó con todo un mundo de canibalismo y sangre. La vida social, tal y como la conocemos, es poética, y suprimir la poesía supondría acabar con la empatía, con la ternura, con el amor por la belleza... Sin poesía tendríamos un mundo despiadado e impío.
En el arranque de ‘Esto es mi cuerpo’ (1997), su segundo poemario, cita a Kevin Power para subrayar que “el poema es un hecho político”.
Sí, porque es fundamental para la polis. La democracia no puede existir sin filosofía, sin historia y sin poesía, no como entretenimiento, sino como formación fundamental del ciudadano, ya que nos permite pensar, conocer el pasado y prever el futuro, además de mantener un trato humano entre nosotros. La poesía, y llamo poesía a toda la literatura y si quieres a todo el arte, nos afina como seres humanos.
Ha escrito que “la literatura es una luz”, pero parece que ahora hay quien está más cómodo viviendo entre sombras y se jacta de esa renuncia.
Eso es un legado del Romanticismo: el que se embriagó de oscuridad, se embriagó de enfermedad y de mal... y no salimos de eso. Es una cosa rara, vivimos un momento anticlásico y también anticristiano, pero en términos literarios, quien aborrece la luz lo hace con todas las implicaciones que eso pueda tener. La seducción por lo oscuro es una entropía que desemboca en muchas autodestrucciones individuales y colectivas. Todo es simultáneo. Por ejemplo, ahora los servicios psicológicos de la Universidad nos están advirtiendo de que hay muchos casos de alumnos con tendencias autodestructivas y de autolesionarse, y es porque los orientamos hacia lo oscuro.
En sus inicios ejerció como artista plástico en Trento y París. ¿Por qué se apartó de ese camino?
Vi que no podía con todo y pensé que se necesitaría un milagro para ser a la vez un profesor de latín y un artista conceptual. Con ‘Esto es mi cuerpo’ di el máximo de lo que podía dar. Los artistas conceptuales, sobre todo los que trabajan con su cuerpo y con su persona, sufren un desgaste y una destrucción muy acusadas. A veces se autolesionan, los lesionan... y mis límites no daban para más. Decidí que mi camino es el del lenguaje, el de las palabras.
¿Sintió que tenía dos caminos ante sí y que debía elegir?
No como una bifurcación, porque para mí el arte conceptual es uno de los lugares donde está la poesía ahora. Tiende a ser una poesía que va más hacia lo oscuro, pero los artistas conceptuales a veces son más poéticos que los creadores del propio mundo literario, donde gran parte de la literatura ya no es poética, sino que se orienta al entretenimiento y a las masas. Tienen en mente más una serie de Netflix que la intimidad, el tú al tú con el lector, mientras que los artistas conceptuales en muchos casos están infiltrados de aliento poético, aunque suelen ser muy destructivos. Me vi incapaz de todo y así está bien, es mejor. Hay que renunciar.
Completó sus estudios en Florencia y en París. ¿Qué le hizo regresar a Salamanca?
Cuando terminé de estudiar mi único propósito era no quedarme en Salamanca. Luego, cuando fue surgiendo el trabajo y las posibilidades de quedarme aquí, lo acepté. Ahora los estudiantes quieren trabajar en lo que les gusta, pero yo creo que también es bueno que hagan cosas que no les gustan. Para mí creo que la vuelta fue como un entrenamiento. Y estoy muy bien, muy contento. Me podría haber ido muchas veces en estos años y, sin embargo, estoy bien. Entiendo que este es mi lugar en el mundo. Por lo menos, como dirían los astronautas, la nave nodriza desde la cual luego puedes salir al exterior. Carmen Martín Gaite, que se fue a vivir a Madrid, decía que la provincia le había dado serenidad, y eso te lo da para toda la vida. Eso no lo tienen las personas que viven en una gran ciudad.
Su tesis doctoral llevaba por título ‘Estudio del género del diálogo en autores latinos tardíos’ (2001). ¿Cuándo hemos perdido de vista la importancia capital del diálogo en la sociedad y qué conlleva esa pérdida?
Quizás en las dos o tres últimas décadas, cuando la llamada posmodernidad acaba con la modernidad. La modernidad, a fin de cuentas, es un momento de la antigüedad grecolatina donde el logos, el lenguaje, es diálogo. En el mundo posmoderno el pensamiento se ha ido cerrando hasta caer en el bloqueo de cualquier cosa que contradiga lo que yo pienso. Eso es totalmente lo contrario del logos, del diálogo clásico del mundo ateniense, del mundo de las democracias modernas con esa gran tradición occidental donde no solo es que la gente dialogara, sino que les gustaba que el otro les contradijera. Una persona culta occidental siempre ha estado encantada de debatir, pero ahora ha pasado algo que creo que va vinculado al deterioro cultural.
¿Esta situación puede ir ligada a la irrupción de las redes sociales?
Probablemente, porque en las redes sociales cada persona, en la soledad del anonimato y en la inmediatez, es un soberano. Y un soberano lleva muy mal que le contradigan.
Todo ello con los algoritmos, que nos aíslan en círculos cerrados de pensamiento.
También es verdad: te van conduciendo por un camino que parece el tuyo pero acaba siendo el suyo.
Vivimos en tiempos del relato, la posverdad, la simulación y realidades virtuales falsas. ¿Cómo reivindicar el valor de la palabra en este contexto?
La palabra es fundamental. El lenguaje es fundamental. Como animales poéticos y lingüísticos, somos lenguaje. Primero los paganos y luego los cristianos llamaron a Dios el logos, el lenguaje, y exista o no él, lo que existe seguro es el lenguaje. No hay vuelta de hoja. Y el lenguaje es más grande que nosotros: ahí está todo lo que han dicho nuestros antepasados, todo lo que dicen otros y todo lo que dirán los que vendrán. El lenguaje es fundamental y debe ir asociado a la verdad. La posverdad es un cinismo insufrible con el que hay que acabar. Eso debe ser combatido. Ese descaro de hablar de la posverdad y lo poshumano. Ante eso hay que plantarse.
Hace casi treinta años, en ‘101, Champs Élysées’, ya se preguntaba: “No sé si las pantallas están multiplicando / o desmultiplicando la perfección del mundo”. ¿Le da vértigo ver hacia dónde caminamos?
Sí, porque no tengo respuestas para todo. Muchas cuestiones no las entiendo bien y me veo, creo que como muchas personas, superado por un mundo muy desconcertante.
Entre los grandes temas que explora su poesía están el amor, el conocimiento espiritual y la naturaleza. Todos ellos parecen ahora amenazados: por el aislamiento social, la crisis de valores y por la crisis climática. ¿Cómo preservar el optimismo ante esta situación?
No lo sé, quizá leyendo poesía, pero no como refugio o como fuga... Creo que si las personas que nos dirigen (no sólo políticos, sino los que tienen responsabilidades económicas o industriales también) tuvieran más finura, más empatía, más perspectiva del otro, probablemente habría menos daños generales. Por otra parte, solo hay dos vías: o el mundo va peor o va mejor, y hay que elegir. Yo no soy catastrofista ni pesimista, pero tampoco un optimista infundado; tengo confianza en el orden del mundo.
La poesía tiene gran protagonismo en la nómina de premiados con el Castilla y León de las Letras, con creadores como Antonio Gamoneda, Claudio Rodríguez, José Jiménez Lozano, Francisco Pino, Victoriano Crémer, Antonio Colinas, Eugenio de Nora, Jesús Hilario Tundidor, Fermín Herrero, Juan Carlos Mestre o José Luis Puerto. ¿Siente que forma parte de una estirpe?
En la poesía nos pasa como en toda la sociedad castellana y leonesa, que somos muy individuales pero al mismo tiempo también compartimos una concordia casi social. Con casi todos esos nombres tengo una relación literaria pero también personal. Mestre estuvo en el jurado del primer premio que me dieron, que era en Andalucía; Claudio Rodríguez da respuestas a esas preguntas que nos estamos planteando sobre la luz y el optimismo, y defiende que el lenguaje va a poder con cualquier sombra; y luego hay poetas con los que comparto una especie de fraternidad muy reconfortante. Tengo la sensación de que en comunidades como Andalucía y en Castilla León hay una impronta de lo poético desproporcionada, mayor de la que correspondería por renta per cápita o por población.
En poemas como ‘Ya.com me ofrece megas ilimitados’ escribe sobre los riesgos de vivir un mundo sin límites. ¿Hacia dónde nos lleva esa ausencia de límites en tiempos de adalides de la libertad?
A la autodestrucción. Eso también lo augura Horacio en su poética: si no tienes límites, en lo individual vas al suicidio. Lo vemos muy a menudo en los artistas y los poetas y creadores: no se ponen límites y los devora su propio talento. En el mundo cotidiano hay muchas más personas geniales de las que creemos, pero apagan el fuego para que no los queme y les consuma. En el orden individual, lleva al suicidio, al deterioro y a la ansiedad, porque el ser humano es un animal limitado y, si no tiene límites, le entra ansiedad porque no puede con todo. Y en el orden civilizatorio, imagínate poner a cualquier descerebrado que cree ser ilimitado a dirigir todo. La ausencia de límites conduce a lo inhumano y a la autodestrucción individual y colectiva. Pensando a la inversa, los límites son muy placenteros. La maravilla es que no te los impongan, sino que seas tú el que sepas marcártelos y dónde quieres llegar y dónde no. Es muy bello saber renunciar, y es mejor hacerlo por las buenas porque no podemos con todo.
Cierra su ensayo ‘Historia alternativa de la felicidad’ con una sentencia muy llamativa: “Lo que le pasa a un ser humano nos pasa a todos. Ese es el fundamento de lo clásico”. ¿La empatía es algo que hoy se ha perdido de vista?
Totalmente. Atribuyo esto a la cultura de un Estados Unidos desnortado que nos ha desnortado a todos. Digamos que el ideal clásico es el de una humanidad única en la que todos somos todo en cierto modo, lo que implica que los hombres somos mujeres, las mujeres son hombres, los viejos son jóvenes y todos somos todo. En cambio, en la lucha de la República Americana de todos contra todos eso no lo pueden entender; están segregados por razas, por sexos, por orientaciones, por clases... El marxismo ha exacerbado ese enfrentamiento de todos contra todos y necesitamos una perspectiva humanística. Urge romper con el modelo americano porque ellos mismos ya no saben a dónde van, y nosotros, en Europa, tenemos problemas, pero esos no los teníamos.
Ha escrito: “Ojalá sepamos comunicar a nuestros jóvenes este conocimiento fino, que no solo admite una cosa y la contraria, sino que las armoniza en una síntesis afortunada: el modo clásico de estar en el mundo”. Esa necesidad de armonía entronca con la trayectoria poética de autores como Antonio Colinas.
La armonía es fundamental. En el caso de Colinas, además, él tiene otra aportación decisiva: la visión oriental. Los orientales han entendido la situación perfectamente y concilian tener mucha tecnología e inclinarse ante el emperador o ir al templo sintoísta… Los orientales no sufren ese choque y nosotros tampoco deberíamos hacerlo, porque nuestro oriente son los clásicos. Creo que habría que mostrar más la convivencia con los contrarios, no solo en la sociedad, que por supuesto, sino también dentro de cada uno de nosotros. No todo es tan radical, por lo menos en mí y en la gente que yo conozco y quiero.