La magia del teatro pandémico

El Teatro Ramos Carrión acoge el estreno en Zamora del musical ‘Juan Sin Miedo’, un título especialmente evocador en tiempos de COVID-19
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El sol espléndido de una perfecta mañana de primavera realza el azul cielo y el blanco en la fachada del Teatro Ramos Carrión, en el corazón de la capital zamorana. Las pupilas cerradas tienen que dilatarse para asimilar el contraste de la sala, sin público y a oscuras. El musical ‘Juan Sin Miedo’, con la compañía Showprime, empieza a las 18 horas y ningún cabo puede quedar suelto para entonces.


El escenario presenta el telón alzado y un decorado ya listo, aunque todavía hay que dar los últimos toques a la iluminación y al sonido antes de la prueba con los actores. “Solo falta que me des… Ah, vale. Ya me lo has dado. Después de esto, me subo al frontal. Te pediré todos los pecés, me hago el ambiente, todos los recortes, me hago los puntuales. Bueno, todos los recortes… Los que están en plano, no los que tienes colgados”, dice Rubén, mientras ajusta el ángulo de un foco de contra.


Rubén Valero, madrileño de 31 años, es el técnico de iluminación. Lleva ya siete años en estas lides y su responsabilidad es diseñar todo el esquema, grabar los ambientes de luz y lanzarlos durante la función. “El tiempo es el recurso más escaso y más valioso en el teatro”, dice, con paciencia. “Con la pandemia, ya ni hablamos y, trabajar con mascarilla, ya ni te cuento”.


El patio de butacas guarda un ominoso silencio. No es natural que todas las localidades estén vacías. Siempre es extraño ver una platea sin gente porque no representa romanticismo, sino inquietud. Los asientos están llamados a ser ocupados, igual que pasa con los pupitres de un colegio y con las sillas en torno a una mesa llena de viandas.


Cada localidad, en estos tiempos, muestra un original cartel en el que se puede leer ‘La cultura te espera’, una idea que se solapa con el mantra ‘La cultura es segura’. No es solo una mera frase, teniendo en cuenta que el aforo de 600 personas del Teatro Ramos Carrión se ve limitado a la cuarta parte, la gran altura del techo y el incesante funcionamiento del sistema de ventilación de la sala.


Nuria Chinchilla, regidora de ‘Juan Sin Miedo’, camina con decisión de un lado para otro. Si quiere que todo funcione bien a la hora de la verdad, tiene que hacer su trabajo de forma impecable. Es la encargada de supervisar el montaje de la escenografía, preparar la utilería y organizar los camerinos y el vestuario. Los actores tienen que sentirse lo más cómodos posible para poder centrarse al cien por cien en sus respectivos papeles, que ya presentan múltiples complicaciones en sí mismos. “El tiempo es oro”, recuerda

Esta madrileña de 29 años tuvo “muy claro desde el principio” que el mundo del teatro era lo suyo. 


“Desde pequeñita, he mamado el teatro. A mi padre le encantaba. Tenía un grupo amateur y yo siempre estaba dispuesta a ayudarle con el sonido. Me encanta hacerlo pero desde dentro. Lo que el ojo no ve. Ahí está la magia. Al final, con los aplausos, todos nos sentimos reconocidos y hay que saber apreciarlo”, asegura. “La organización tiene que ser buena para que todo vaya bien y llegar a tiempo. Lo peor que podría pasar… Pueden pasar muchas cosas. Si pasa una, vale, pero si pasan todas juntas…” (risas).


En este sentido, destaca un momento de la función en el que una puerta tiene que funcionar. “Si no lo hace, dices, ay, Dios mío”, reconoce.


‘Mucha mierda’


Ante los integrantes de una productora teatral, hay vía libre para decir a troche y moche, sin que nadie pueda reprochar mala educación, ‘mucha mierda’, el sempiterno deseo que sustituye al ‘buena suerte’, del que la farándula huye para alejar los malos hados. “La pandemia ha sido un mazazo muy fuerte para la cultura y para todos. Vamos a intentar salir del agujero poco a poco”, asegura.


Nuria reconoce admirar la “valentía” del productor de la obra, especialmente en tiempos de COVID-19, cuando lo más fácil es aguardar, a ver qué ocurre, mientras son otros los que arriesgan su patrimonio. Por su parte, el productor ejecutivo, el argentino Maxi Martínez, expresa una tremenda admiración hacia el equipo de técnicos y actores que permiten hacer realidad el mensaje de optimismo que transmite el teatro y, en especial, el montaje de ‘Juan Sin Miedo’.


“El mundo del artista está rodeado de mucho mito. Es un mundo altamente sacrificado, que exige una disciplina, trabajo y entrega que no siempre está compensada como debería. Los admiro profundamente”, recalca.


Seguramente, es ese mutuo reconocimiento lo que genera el ambiente que permite aguantar, apretando los dientes, en una época de tragedia como esta y que, con toda seguridad, augura un gran éxito en cuanto la situación se calme. De hecho, Showprime se creó hace dos años y, prácticamente no tuvo tiempo ni para decir ‘ay’, cuando se precipitaron los acontecimientos con el coronavirus como protagonista invitado. 


“Estamos en una época muy loca. Arrancamos hace dos años, así que somos una productora pandémica pero creemos mucho en la cultura y en los proyectos que hemos ido pariendo y en los que tenemos entre manos para el futuro, No tenemos duda de que hay que seguir para adelante y creando cosas”, rubrica.

Maxi Martínez recuerda que Showprime tiene “en danza” cinco obras, entre las que se encuentra ‘Juan Sin Miedo’, un clásico con el que muchas generaciones aprendieron que no es malo tener miedo pero que hay que evitar que te domine.


“El compositor, José Masegosa, le ha dado una vuelta de tuerca. Es una obra escrita y pensada para que se lo pasen bien los niños y los padres, una comedia maravillosa que hace que los chicos estén conectados desde el primer momento con los actores y que los padres no empiecen a mirar el móvil durante la función”, bromea. “Un chaval que no tiene miedo a nada y que, un día, decide salir para aprender lo que es el miedo. Al final, es una combinación de aventuras, hasta un desenlace muy bonito. El mensaje es maravilloso y la obra asegura la diversión”.


El hecho de que los aforos se hayan visto reducidos a la mínima expresión pone las cosas todavía más difíciles y no son muchos los espectadores que se paran a contar cuántos actores y técnicos mueve la producción, y cuánta inversión supone el vestuario, el mantenimiento, las dietas, los decorados y el transporte pero Maxi tiene claro que, al margen del negocio, se trata de “crear arte para poder compartirla con el público” en un entorno seguro.


“El público hace su parte, que es la de asistir a la obra, incluso en esta época, para disfrutar lo más que pueda. Una obra de teatro se crea y se genera con una idea a medio y largo plazo, que es cuando empieza a tener sentido desde el punto de vista del negocio”, indica. “Además de ser un buen empresario, tienes que tener pasión por el mundo del teatro y de la música y ese es mi caso”.


Pruebas de sonido


La música empieza a sonar y el vacío del teatro acentúa las dificultades a la hora de probar. Es la quinta vez que Andrés López, madrileño de 36 años, baja desde la sala de control hasta la primera fila. Apoya los dos puños en el escenario, junto a un monitor, mira hacia abajo, cierra los ojos y sacude la cabeza antes de volver a subir como una exhalación. “Ahí arriba no tengo la escucha real del patio de butacas. Subo, corrijo, bajo, subo, corrijo, bajo… El color del sonido entra en gustos. He corregido un poco porque había muchos medios. En la sala hay mucho plástico y que esté vacía tampoco ayuda, aunque , en cuanto entre gente, la acústica se calmará muchísimo”, explica. “Los cantantes llevan dos cajas autoamplificadas de diez pulgadas porque es más que suficiente. Las cajas de ahí son omnidireccionales. Solo necesitan escuchar medios y agudos y tienen una buena referencia”, anota.


“La máquina de humo va solo con el pedal, ¿no? Sí, sí. No tiene entrada de MX”, observa Víctor Rodríguez, técnico de iluminación del Teatro Ramos Carrión. “Con los técnicos que vienen solemos entendernos bien. Les pedimos un plano de luces antes de que vengan. Montamos la planta de iluminación y, así, podemos avanzar mucho más rápido el día del espectáculo”, expone. “De uno a diez, la dificultad de este es de ocho. Es lo que nos entra por los ojos. Es la estética del propio espectáculo”.


Los actores acaban de llegar y hacen una primera toma de contacto con el escenario, entre exclamaciones de aprobación. “Venid, chicos, que nos van a hacer unas preguntas.”, advierte la regidora. “Venga. Va. ¿Habéis visto por dónde empieza y dónde está el glamour?”, pregunta la sevillana Mariola Peña, con un guiño y los brazos en jarras. “Huy, la edad. Qué horror. Tengo 39 años pero parece que tengo 25”, sentencia.


Mariola tiene que desdoblar su buen hacer en tres frentes, ya que interpreta a la narradora, a la bruja y a la tabernera. “Son muy dispares. Son papeles comprometedores porque se canta mucho. La parte interpretativa no me supone tanto problema pero hay que estar muy pendiente de lo vocal”, reconoce. “Muchas veces, estás mal pero no lo suficiente como para no cantar. Al final, calientas y la magia del escenario obra el resto. Las musas del teatro se apoderan de ti y te sale la voz. Además, estamos tan deseosos de trabajar que aquí no se pone malo nadie”.


‘Mucho tiempo en escena’


Daniel Rosado, madrileño de 24 años, lleva el peso de Juan, el papel protagonista. “De San Sebastián de lo Reyes”, puntualiza. “Haciendo este personaje se me ha quitado el miedo. Es un mensaje muy bonito. El límite del miedo. Tener miedo está bien porque te hace ser responsable en ciertas cosas pero el abuso del miedo te impide hacer lo que te planteas en tu vida. Con la pandemia, es un mensaje muy claro”, comenta. “Estás mucho tiempo en escena y no paras de hablar, cantar y moverte. Es puro nervio. Es complicado por el fondo que necesitas”.


Los artistas siguen la línea verde que conduce a las tripas del Ramos Carrión, donde están los camerinos. Ahí se nos escapa Daniel Garod. Mientras, en la soledad del escenario, después de las primeras pruebas, una de las cantantes hace vocalizaciones, de semitono en semitono hasta llegar a tesituras imposibles.

Sara Navacerrada, madrileña de 29 años, interpreta a G, la compañera de Juan. “Estaba empezando a vocalizar porque ha sido un viaje largo y enseguida todo el mundo se pone muy nervioso porque no hay tiempo. Hay que calentar a ratitos. La obra es muy exigente. Juan está todo el rato haciendo cosas pero G, también. Las canciones soon uy agudas y hay que estar preparada y con fondo”, subraya.


Sara luce el micrófono pegado con cinta en la frente. “Parece que llevo un mosquito pegado”, dice entre risas. “Es más cómodo que tenerlo pegado a la cara y resulta más difícil rozarlo, salvo para los compañeros que llevan peluca. Yo llevo el pelo recogido y es una maravilla, la verdad”.


El veterano del grupo es José Linaje, bilbaíno de 60 años. Es el padre de Juan y hace de viejo de la taberna que cuenta la historia y “un rey, que ya veremos cómo es”. Le hace gracia el concepto de ‘teatro pandémico’ acuñado por el productor. “Al inicio de la pandemia, todos estábamos con la tristeza de ver qué podamos hacer y ya nos reuníamos para hacer este disparate. Hace tres días, nos volvimos a juntar para preparar esta actuación y volvimos a reírnos haciendo la misma obra. Es teatro perfecto para la pandemia y para pasarlo bien”.


Sin vestuario ni maquillaje, en una simple prueba de sonido, el ambiente ya es estupendo. Se percibe a leguas el gran humor, las ganas de trabajar y el gusto por eldetalle. “El poder del condado de Kingstonnnnng”, dice José con voz estentórea, marcando hasta el extremo todas las consonantes oclusivas para terminar con un cómico golpe de glotis.


Nuria Chinchilla va de un lado para otro, procurando que todo esté listo. Sonríe visiblemente con los ojos, como si no llevara mascarilla.


Con los medios perfectamente corregidos, la música invade la sala y los cantantes miran hacia el centro del patio de butacas. “Presumir de ser valiente y decirle al mundo que no hay miedo en tu interior. Y decir que eres muy fuerte porque no te asustas cuando cae la luz del sol. No tienes miedo”.


En ese momento, en el que el artista mira hacia el centro del agujero negro en el que el público contiene la respiración, es cuando cada espectador siente que el actor le mira directamente a los ojos.

Y empieza la magia.