Juanma de Saá / ICAL
A las ocho de la mañana, luce un sol espléndido sobre Camarzana de Tera, localidad de 400 habitantes ubicada 66 kilómetros al noroeste de la capital zamorana y centro neurálgico de la zona básica de salud del Tera, que lleva el nombre del río y que contabiliza algo más de 3.000 tarjetas sanitarias.
La ZBS disfruta desde hoy el paso a la fase 1 de desconfinamiento, junto con las de Campos-Lampreana y La Carballeda, que se suman a las que hicieron el cambio la semana pasada, concretamente, la Alta Sanabria, Aliste, Vidriales, Corrales, Villalpando, Carbajales de Alba y Alcañices. Entre todas ellas, suman unos 27.000 habitantes que han sido lo suficientemente cuidadosos como para poder relajarse un ápice ante el coronavirus.
El bar restaurante La Fuente y el bar La Embajada son los dos establecimientos hoteleros que se han animado a reabrir de los seis que hay en el pueblo, tras más de dos meses de inactividad, y el goteo de clientes se nota de forma leve. “Todavía hay miedo. Se nota en el ambiente pero seguro que la gente se irá animando poco a poco”, explica a Ical Julia Fernández, quien gestiona La Fuente junto con Sandra Correyero. “Te voy a servir el primer café del desconfinamiento”, bromea Sandra mientras entra en el local para preparar un cortado. Ambas llevan puestas sendas mascarillas quirúrgicas.
A la puerta del restaurante, han colocado un dispensador de solución desinfectante y las propietarias enarbolan dos aerosoles de limpiador higienizante de secado rápido para superficies, a base de geles hidroalcohólicos. “No se puede aplicar con una bayeta normal, sino con estos papeles. Y todo esto es caso. Ahora, cuando estamos casi en quiebra, más gastos todavía”, observa Sandra, arqueando las cejas con resignación.
Camarzana de Tera es un pueblo bien dotado, si se compara con gran parte de las localidades del norte de la provincia. Además de centro de salud, colegio y cuartel de la Guardia Civil, tiene supermercado, tienda de ropa, estanco, tres sucursales bancarias, oficina de seguros, tienda de piensos y plantas, clínica dental, peluquería, seis establecimientos hosteleros y una hermosa zona de baño en el río Tera protegida por chopos, alisos y fresnos, sin contar el atractivo que supone la Villa Romana ‘Orpheus’ con sus famosos mosaicos.
El tute, en la fase 3
Tras el confinamiento inclemente de las pasadas semanas, el gorjeo de los gorriones y el olor con matices de retama, tomillo y jara no pueden resultar más agradables bajo los primeros rayos del sol de la jornada. En la terraza del restaurante hay ya un cliente. Antonio Justel tiene 83 años y vive a 16 kilómetros, en Uña de Quintana. Se ve en sus ojos cómo sonríe abiertamente tras la mascarilla, que retira un poco hasta que asoma la boca para poder dar tragos furtivos al café. “Qué le vamos a hacer. No hay otra forma”, se resigna. “Estoy esperando a ver si traen el periódico. Vengo todos los días aquí desde hace 20 años y es el primer café que me tomo desde hace dos meses. Sin chisca, eso sí. Ahora solo me faltaría la partida al tute con los amigos, pero eso tendrá que esperar a la fase 3, por lo menos”, calcula.
“Te tengo aquí el pedido de pacharán. ¿Me pones un café con leche”, dice un repartidor. “Te lo pago ahora mismo”, responde Julia.
Por el momento, la habitual retahíla de tapas que preparan Sandra y Julia se ha reducido a pinchos a demanda para los madrugadores hambrientos, aunque de la cocina sale un inconfundible aroma a calamares a la romana. “Vamos a poner queso, jamón, aceitunas y calamares. Yo creo que la primera tortilla será la tortilla de la fase 2. Y encenderemos la parrilla para hacer pinchos morunos, panceta y esas cosas”, enumera. “Al principio, yo creo que la gente pensaba que esto iba a ser como una semana de vacaciones pero ya se vio que nada de eso. Vamos a tener que acostumbrarnos a una forma nueva de hacer las cosas. Me desinfecto las manos, atiendo al cliente, le sirvo, le cobro, vuelvo a desinfectarme las manos y, cuando se va, desinfecto la mesa y las sillas”, describe.
El alcalde de Camarzana de Tera, José Luis Uña, reconoce que el simple hecho de tomar un café es “todo un símbolo y, además, esperado” y que “si nos cuentan esto hace tres meses, nos habríamos reído”.
“Pensábamos que era como una gripe más y menuda situación que estamos viviendo. Ojalá no se vuelva a repetir. Por aquí, la gran mayoría de la gente se ha comportado con responsabilidad en el confinamiento, saliendo lo imprescindible. Fíjate cómo sería que ha habido tardes que hemos visto liebres por el centro de la carretera en el pueblo, lo que yo no había visto nunca”, afirma. “Yo he parado muy poco porque trabajo en la gasolinera, gracias a Dios que no lo he perdido, y hemos estado desinfectando todo lo que hemos podido. Yo no me considero político. Me gusta mi pueblo y mi zona y quiero hacer todo lo que puedo”, rubrica.
Mantener el precio
El café cuesta un euro con diez céntimos. Se mantiene el precio anterior a la pandemia, ya que “la cosa no está como para asustar” a la clientela. “No estamos en condiciones para hacer otra cosa. Tenemos que resistir como podamos. Es lo que tenemos que hacer, ya que estamos todos mal”, considera Julia.
El goteo de clientes se anima. Javier Franganillo acude desde Benavente con su furgoneta de paquetería y hace todo lo posible por controlar la mascarilla rebelde y que no asome la nariz a intervalos. “Vamos tirando poco a poco. Hoy tengo sensaciones agradables al ver que empieza a haber algo de actividad y de vida. Esperemos que la normalidad vaya llegando. En Benavente están un poco peor la cosas”, explica.
Nieves Pérez no ha dejado de trabajar ningún día durante el confinamiento, no en vano hace llegar el pan a varias localidades desde San Pedro de Ceque. “Tiene que haber ambiente y empezamos así. Con ver gente en la calle, ya es una alegría. Es una animación total. En San Pedro de Ceque lo hemos hecho bastante bien, creo, cumpliendo con nuestro deber pero el pueblo se ve tristón porque no sale la gente”, asegura.
La terraza del restaurante La Fuente aprovecha la gran amplitud del terreno ubicado justo en la margen izquierda de la carretera N-525, en dirección a Sanabria. “Solemos poner 20 mesas pero hoy solamente hemos puesto ocho, para ver qué tal”, observa Julia.
Lo cierto es que, cuando alcance de nuevo el funcionamiento habitual, el establecimiento podrá colocar sin problemas las 80 sillas de las que dispone, ya que cuenta con todo el terreno en el que ahora han aparcado seis coches, un camión y una furgoneta de reparto.
Doroteo Peral es apicultor. Gestiona con su mujer 300 colmenas en Molezuelas de la Carballeda para producir una excelente miel de brezo, “densa y nada empalagosa”, y se ríe solo desde una mesa, a la sombra. Se ha quitado la mascarilla y ha encendido un cigarrillo al que da profundas caladas con fruición. “Es el primer café después de todo lo que estamos pasando. Me encanta ver gente alrededor, aunque estemos espaciados”, señala. “Al menos, nos han dejado hacer nuestro trabajo y parece que va bien, después de las lluvias que han caído y con menos contaminación”, valora.
Esther García y una amiga, vecinas del pueblo y trabajadoras sanitarias, se sientan a una mesa para degustar sendos cafés con leche y da la casualidad de que acaban de hacerse las célebres pruebas de reacción en cadena de la polimerasa para saber si “han tenido tienen o no tienen” el coronavirus. “Es nuestro primer café después de 66 días”, contabiliza.
El buen humor y la esperanza con la constante en la clientela que pide cada consumición con la sensación de haber cerrado un ciclo y la certeza de que será complicado que las cosas vuelvan a ser como antes, como si un arrebato de responsabilidad hubiera barrido de pronto la inocencia de toda la población. Así se define la sombra ominosa de la crisis económica, una vez ceda la sanitaria.
Pilar Fuentes tiene 43 años, es educadora de profesión y viene desde Sitrama de Tera, a diez kilómetros de Camarzana. Se sienta en una mesa al sol, para aprovechar sus gafas oscuras y la síntesis de vitamina D, coloca sobre la mesa su gel hidroalcohólico y pide un café con hielo. “Es el primero que me tomo en dos meses. Esto es un sinvivir, por muy bien que estés en casa”, dice, con pasión. Voy a hacerme una foto y la pienso subir a Instagran a Facebook”, asegura.
El teléfono del alcalde suena de forma insistente. José Luis Uña hace hincapié en que la crisis sanitaria “ha dejado ver lo mejor y lo peor” de la gente. “El abuso en el precio de cosas básicas y tan necesarias como geles y mascarillas me ha parecido fatal. Luego, he visto lo mejor en muchas personas que prestan su ayuda de forma desinteresada y que se preocupa por sus vecinos. Eso ha sido lo mejor, sin duda”.